Estoy suscrito a un canal de Telegram, El Yunque de Hefesto, allí cuelgan, a modo de noticia o recordatorio, los enlaces de los cuentos y reseñas que publican en esta ínclita web.
De buena mañana
Pues bien, hace unos días me levanté, como siempre, de buena mañana, y con mis cincuenta centilitros de humeante café en una mano empecé a trastear en el móvil con la otra, tanteando el Telegram.
Pero alto, he de contar que unas horas antes, en la cama, lei, en alta voz para que mi mujer también disfrutara de la gracia de Michel, ¡un ensallo del Señor de Montaigne! El intitulado De la fuerza de la imaginación, en donde se divierte, como en todos sus ensayos, el Señor Eyquem, hablando de la fuerza de sugestión que ejerce en el ser humano la sola imaginación de las cosas, ya sabéis: el famoso efecto placebo (por ejemplo), y temas circundantes, salpicado, como suele, con ejemplos históricos y rocambolescos.
Pues bien, allí me encontraba yo, rodeado de ese sugestivo silencio de las seis de la mañana, hecho, paradójicamente, de algunos sonidos que engarzan armoniosamente con el AUM que el Señor de Los Mundos, en forma de Allah, Asur o Buda, gusta de exhalar a tales horas de meditación y recogimiento; lejanos camiones, el deshumidificador del cuarto de los niños, los gallos impenitentes del barrio, los perros que ladran siempre desquiciados en algún lugar de la moribunda noche.
Una reseña de cuento
Toqué el enlace que se me ofrecía: “La maquilladora de cadáveres”, de Dioni Arroyo. Y empecé a leer: “Hay una etapa en la vida en la que todo se experimenta más intensamente…” Seguí metiéndome con alegría en el texto de lo que yo había tomado, erróneamente, por un cuento, mas ¡qué decepción! cuando comprendí que se trataba de una reseña.
La prosa del viejo cojitranco que escribe allí me había engañado de nuevo: pero no era cosa de sufrir por ello, se me acabó el cuento, pero seguro que saltando en la web a la sección de relatos encontraba el último que hubieren publicado y se me quitaba el mono, el prurito literario. El café andaba ya demediado de más, ya tirando a frío.
Efectivamente, había uno: “El fruto del plagio”, de Damaris Gassón Pacheco. Y empecé, ahora sí, a leer un cuento.

Entradas relacionadas que podrían interesarte
El cuento
Ay, la imaginación, ay, la sugestión. El cuento retomaba el tema del ensayo de la noche anterior, como siempre: todas mis lecturas se entrelazan siguiendo los dictados de una realidad secreta que solo me ofrece vislumbres de su trama en esa hora mágica de la madrugada, las seis.
El cuento jugaba con un texto clásico, jugaba a plagiarlo, y al mismo tiempo, el protagonista de la historia jugaba a plagiarse a sí mismo, a plagiar con su vida su obra, o se dejaba llevar por ella, más bien, respirando apenas en el marasmo loco y desalmado que lo vapuleaba. Y Michel de Montaigne, calvo y con su bigotillo, sentado a mi lado, tapado con mi misma manta azul, me repetía: “Fortis imaginatio generam casum”, restregándome sus latines, que aprendió de muy pequeño. “Sí, mi señor de Montaigne, pero también hay, a veces, algo oculto que orquesta estas cosas…” Y ambos reímos con malignidad estudiada, los dos pensando que el otro iba muy mal encaminado.
“Calla, Michel, y escucha”, le reconvení.
“Éramos como dos leones viejos sin fuerzas para atacarse y resignados a morir juntos porque no tienen un lugar mejor al que ir” (aquí los dos nos pusimos tristes, yo un poco más que él, porque estoy vivo), y más tarde: “Cortarse duele, por más ganas que se tengan” (aquí los dos suspiramos de igual forma movidos por pensamientos y memorias muy diversas).
Vuelta a la vida cotidiana
El relato terminó y yo veía una cadena, o una concatenación, y mi calvo y polvoriento compañero no veía más que notas dispersas. “¿Cómo al mismo tiempo me inspiras, Michel, estas cosas, y me las discutes?”. “Recuerda, Franky, amigo, que en otro de mis ensayos dejé dicho: Los filósofos, retirados de toda ocupación y comercio públicos, a veces han sido objeto de escarnio en las comedias”, y le contesté yo, pillándola al vuelo: “Toma cita, pedante: «La filosofía es la nube resplandeciente en que Jesucristo apoyó el pie para subir al cielo», que yo no te dé la razón todo el rato no significa que no entienda lo que escribes, viejo motilón”. Y nos echamos a reír, despertando a mi mujer y a los niños, Montaigne desapareció y la vida cotidiana me quitó la manta de un tirón y me colocó ante los arreos para hacer los desayunos.
Sin embargo, seguía viendo esa cadena: el ensayo de Montaigne, la reseña con tan buena prosa que parecía un cuento, de El Yunque de Hefesto, el cuento de Gassón Pacheco, de Du Maurier… Y vi más, vi la cadena entrelazando mis lecturas y pensamientos desde ese punto en que me hallaba hasta el principio de mis días, y la vi alejándose en el futuro, hasta la inescrutable oscuridad de la muerte. Y la voz suave de Michel me advirtió: “se te quema la leche”.
¿Te ha gustado esta entrada? Déjanos tu valoración y tu comentario.
Síguenos en redes sociales a través de Twitter e Instagram.

☕
"Cortarse duele, por ganas que se tengan": me quedo con eso. Magníficas reflexiones, ¡como siempre!
Siempre nos deja alguna perla. Nunca defrauda.
Absolutamente magistral.
Honrada por sus comentarios mi gentil caballero, siempre me sorprendo de cómo actúa la causalidad, aunque debería estar acostumbrada a ello, Todo se encadena, se entrecruza, hasta convertirse en una espiral. Dios quiera que sea ascendente, bajar no quiero más.
Damaris Gassón
Honrada por sus comentarios mi gentil caballero, siempre me sorprendo de cómo actúa la causalidad, aunque debería estar acostumbrada a ello, Todo se encadena, se entrecruza, hasta convertirse en una espiral. Dios quiera que sea ascendente, bajar no quiero más.
Damaris Gassón
Un placer que te gustase
La causalidad se ríe todo el rato de la cara de bobos que ponemos ante su presencia
El secreto de Franky es esa desmesurada cantidad de café de buena mañana. Eso y el fantasma de Montaigne.