Hace tiempo que no me pongo a desbarrar sin ton ni son, y eso no puede ser. Vamos allá. Había pensado en hacer una reseña de este libro: Un mundo vuestro, de Ediciones Labnar, subtitulado “antología de pequeños tesoros literarios”.
Pero he leído el primer texto por ahora solo, y como suelo hacer aquí en mi reino lo que me apetece, y como este tipo de trabajo, antología de varios autores, lo suelo leer de a poco, ya sabéis, en los tiempos muertos, aquí y allá, cuando el mundo da un poco de tregua; y lo mismo cae en una semana que en dos meses, quién sabe, y más leyendo al mismo tiempo ¡eso siempre! otras mil antologías (la última que terminé, oh curioso y cotilla lector, fue una relectura: 14 cajas sin cierre, que entre otros tesoros –como el cuento de Román Sanz Mouta: El imposible CircoBarco y sus destinos-, tiene este: La extraña, de Cecilio Gamaza, un escritor de tomo y lomo que no deja de sorprenderme, que usando unos materiales, digamos, aparentemente comunes, oscuridad, tormenta, casa solitaria, logra componer un cuento que te mantiene en vilo como si asistieras a algo nunca antes visto. Me recuerda Cecilio a algún que otro escritor de esos de la época de los libros de bolsillo, sencillo y contundente. Aquí os dejo, si me acuerdo de cómo diantre se meten enlaces, su blog: https://charlies27.wordpresrs.com/. Qué pedazo de paréntesis me ha quedado, oye), pues que voy a hablar del primer cuento: La biblioteca, de Lorena Escobar de la Cruz.
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El ilustrador paciente, de Lorena Escobar

Para empezar aviso de que acaba de salir su novela El ilustrador paciente, con Valhalla Ediciones, por si queréis perder el culo corriendo a comprarla en vuestra librería favorita.
Relato: La biblioteca
Pero hablo hoy de La biblioteca. Es una historia que en el propio libro califican de “ciencia ficción”, pero no podría yo estar más en desacuerdo: se trata de, si de algo tiene que tratarse, un cuento fantástico. Borges me diría: así es, hijo mío. No sé qué emperramiento hay con llamar ciencia ficción a cualquier relato que suceda en cualquier futuro… pero dejemos eso, que me solivianto yo solo.
Es una fantasía, en primer lugar, metaliteraria, y se divierte uno adivinando, antes de que el narrador lo suelte, a qué obras se andan refiriendo. Esto, esta cosa de que te hablen de libros o películas que has leído o visto, no nos hagamos los despistados: nos encanta, es mezcla de nuestra facilidad para sentirnos adulados y de ese sentimiento que une (en contraposición con el que separa): llamarélo filia. Nos sentimos inmediatamente amigos de aquel que ensalza algo que es de nuestro gusto. A menudo se ve con las series: ¿has visto esta? ¡Sí! ¡A mis brazos! ¡Seremos amigos para siempre! ¿Viste todos los capítulos seguidos en la misma noche…? ¡¡¡Sí, dos veces!!!
Dejando de lado este juego metaliterario, y metafílmico, el planteamiento del cuento es potente (por supuesto, no lo voy a desvelar), y está muy bien tratado, de hecho creo que podría dar para una novelita del gusto de los maníacos del King más fantástico.
Pero quiero hablar de la imagen rotunda que se nos ofrece de ese mundo futuro desolado y desolador con muy pocas pinceladas descriptivas; es verdad que ya estamos predispuestos a “ver” un mundo futuro hecho mierda (miremos por la ventana), claro, sea por la contaminación, guerras, etcétera, pero cada distópico horror tiene sus matices, y el de La biblioteca se deja casi, casi, ver como si de una película se tratara, gris, desolado, baldío, desesperado y desesperanzado.
Quisiera referirme al juego este de quién es quién realmente, de quién anda tras la máscara de hombre o mujer, corriente o extraordinario. En este cuento desde el principio se lo pregunta uno con respecto al bibliotecario, como sucede, por ejemplo, en Cosas Necesarias, de Stephen King, con el personaje de Leland Gaunt: sabemos que no es el hombre que pretende aparentar (o que el contumaz narrador nos quiere endilgar), sabemos que probablemente ni siquiera se trate de un hombre…
Ay los juegos. Son importantes en la literatura, también divertidos. El autor puede guardar un as en la manga hasta el último párrafo, y si lo hace bien puede dar un tremendo golpe final al ánimo del lector, puede uno decir: ¡lo sabía! Y no necesariamente “sabía” lo que se acaba de decir, pero sabía que algo había, algo oculto que el autor, dios, se reservaba cariñosa y arteramente.
Antología Donde la noche crece
Como desbarro, voy a cambiar de libro, hala, pero para referirme de nuevo al juego de quién (o qué) es quién. Otra antología: Donde la noche crece, de Escuela de Imaginadores. Hay aquí un relato llamado… dejadme ir a buscar el libro a mi biblioteca, un momento. Ya. Siempre está, de Silvia Zuleta Romano.

Este es un buen ejemplo de este juego, hay dos personajes, de primeras antagonistas, parece, luego se nos ocurre que pueden ser socios (infernales), y luego ya no sabe uno… ¿Un lío? Esa es la gracia, que el autor juegue contigo, que te vapulee, porque lo contrario: que te lleve a dar un trillado paseo, no tiene especial interés (a no ser que hablemos de Thoreau, ¡eh!). Si este juego está bien planteado surge en el lector la idea alegre de volver a leer el relato: ¡esto lo tengo que volver a leer! Un halago impagable para un autor, os lo aseguro.
Sobre la antología
En fin: vamos acabando mis divagaciones.
Siempre que leo, o escucho, la palabra “antología” se me viene a la cabeza, logófilio como soy, la etimología del vocablo, que no será baladí que recuerde aquí. Viene de anthos (flores) y legein (recoger, escoger), es decir, que sale uno al campo, al campo de las letras, y va recogiendo aquellas flores que más le gustan, o que más le llaman la atención por uno u otro detalle, o incluso aquellas que pudieran ser perniciosas (las flores del mal), o que estuvieren malditas; o las que sea menester recoger por una u otra razón.
No lo olvidéis, pequeños míos, una antología debe ser siempre un ramo de flores, que si se secan entre las páginas de un libro para su gótica conservación, o se amustian y marchitan olvidadas en un vaso de plástico o en un jarrón, o reverdecen en nuevo tiesto plantadas, es cosa ya del lector, no del antologista.
¡Sic transit gloria literae!
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Este post es un creador de deseos literarios, menos mal que al menos uno ya lo tengo medio satisfecho: El ilustrador paciente lucirá lomo en mis estanterías en breve.
¡Suerte la tuya! Cuesta encontrar algo freco e interesante que leer. Esta es lanoportunidad de calmar nuestra sed literaria.
Seguro que te encanta!!! Un abrazo
Esta es la chica de la forja, verdad??
Me lo pillaré.
Un abrazo, chicos
Efectivamente, amigo, la risueña de la forja 😁