Relato de María José Bravo Moñino
Sabía que tarde o temprano me vería en una situación así, pero jamás pensé que sería esa
misma noche.
***
El reloj de la mesilla marcaba las 05:07 exactamente, cuando me desperté sobresaltado.
—Otra vez esa estúpida pesadilla… Parecía tan real… —dije en apenas un susurro audible.
La angustiosa sensación de caer sin fin en un abismo infinito me sobresaltó, desvelándome.
Estaba… ¿llorando? Necesitaba refrescarme el rostro y acudir con urgencia al baño, pero jamás
pensé que mi pesadilla solo acabara de empezar.
Ahí estaba yo, anclados mis pies justo en el umbral de la puerta de mi habitación. Oscuridad
que solo combatía con el desbocado latir de mi corazón.
Mis labios, apergaminados; mis nudillos, blancos de tanto apretar el marco de la puerta.
Aquellas escaleras siempre me causaron gran inquietud. Esos pocos escalones, divididos en dos tramos. Tramos con una visión nula de la siguiente hasta que terminas ese recorrido.
La bombilla de la lamparilla del pasillo titilaba de un modo extraño, como nunca antes me percaté.
—Ni de coña bajo al baño. No tengo gato para que compruebe si hay alguien.
No terminé de decir esas palabras cuando ya estaba arrepentido…
«No pienses estupideces. Vives solo. No hay nadie. No habrá nadie».
Despacio, tanto como en esas escenas de las películas en las que todo avanza a cámara súper
lenta, me fui girando sobre mis propios pasos.
Ahí fue cuando los sentí sobre mí. Una sutil brisa y aquellos ojos se clavaron en mi espalda como puñales.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo de pies a cabeza. Sentía que no avanzaba de regreso a la
cama, que cada vez estaba más y más lejos, quedando así a su alcance.
Dos pasos. Solo dos pasos para volver a estar a salvo en mi mullida cama.
Uno. La madera de la casa cruje por las noches. Todo era mentira, sabía que esa cosa estaba al
acecho.
Dos.
Estoy a salvo.
En mi cama.
Temblando.
En el máximo silencio posible, pero mis latidos delatan dónde estoy a ese ser que me atormenta.
No quiero moverme.
No quiero mirar bajo la cama, sé que no está ahí.
Siento cómo me mira desde la puerta.
Está sonriendo, se sabe ganadora, y yo solo soy su premio a recoger.
Uno más.
Uno de tantos que se taparon la cabeza con la sábana y tuvieron la osadía de mirarla a los ojos
y desvelar su secreto.
Uno más en su lista.
Una presa de la oscuridad nocturna.

Otro que ha mordido el polvo.... La vieja tontería esa de no hacer caso al instinto.
No aprendemos... Y así nos va.