Cometí el error (a sabiendas de que tal era) de husmear aquí y allí reseñas y opiniones de Sombras de arena, última novela, novelita, de C. G. Demian, con quien, por otra parte, tengo la suerte de hablar a diario: igual hasta somos amigos.
En fin, esto, como siempre, no es una reseña, o no lo es al uso, como ninguna que yo firme. Estos son mis habituales desvaríos en torno hoy más que a Sombras de arena, a la figura del autor, ese tipo que se divierte aporreando un teclado (cosa que entiendo perfectamente).
Entradas relacionadas que podrían interesarte
- Leer> El miedo y yo
- Leer> Cuentos para leer en el váter
Los libros de C.G. Demian
Conozco algo la obra de C. G. Además de un buen número de sus cuentos y artículos, he leído sus anteriores libros El tiempo de los héroes y Patria de lobos, este último escrito en comandita con Frank A. Bryan, que no sé quién es, no os voy a mentir, ni si es un ser real o una invención de C. G. Tampoco pretendo desentrañar este misterio, acaso solo mío…
El tiempo de los héroes

En El tiempo de los héroes, encontramos, entre otros, a Herkus, un “héroe” que nos vemos obligados a comparar con Conan el cimerio. Pero esta comparación, sin ser peregrina, puede resultar de todo punto innecesaria: no es una copia de Conan, de hecho no creo que se llevaran siquiera bien estos dos…
Es solo que no podemos ignorar la gigantesca sombra que el felino Conan arroja sobre nuestro mundo (uso el adjetivo felino por si aún hay algún botarate que une el aspecto torpón de Schwarzenegger con la imagen del verdadero Conan, una sombra, un jaguar). Puf, ya estoy con las digresiones…
Herkus, decía, remite a Conan, y a Robert Howard, por supuesto, pero es que nuestro autor es un gran enamorado de Howard y de la espada y brujería, o como se la quiera llamar, y se nota leyendo este compendio de relatos (independientes y al tiempo de carácter unitario) sobre todo que se divierte escribiendo.
Pero ya en El tiempo de los héroes encontramos de todo: el salvajismo y furor guerrero más exacerbado por una parte, sí, pero por la otra nos podemos topar con alguna que otra historia de amor incluso, es más, hasta nos cuela algunos versos de aire totalmente romanticón.
¿Qué? ¿Que pensabais que C.G. Demian solo habla de martillos que abren cabezas y hachas que hienden pechos…? No, a pesar de su personalidad modesta (que no humilde), C. G. nos podría dar, si quisiera, una clase muy provechosa de cómo moverse de un registro a otro, de cómo pasar armoniosamente de nuestro Hyde literario a nuestro Jekyll, si se entiende lo que quiero decir.
Patria de lobos

Pero vamos a hurgar un poco más en el asunto: en Patria de lobos da una nueva vuelta de tuerca cuando empieza a hablarnos de un conde, el conde de Santiponce, en la España de Franco, y poco a poco va componiendo un puzle divertidísimo que ronda el espíritu de los bolsilibros, el de las historias pulp que escribiera Howard, pero también el humor recalcitrante que en verdad forma parte de su personalidad (recuérdese que trato con él a diario).
Hay momentos en que uno debe dejar el libro a un lado para echar unas carcajadas, y luego volver a él antes de perder el hilo, que gusta el autor, o autores, de enrevesar. Pero es que también hay aquí, en esta novela batiburrillo (que le gustaría, estoy seguro a Eduardo Mendoza) algún elemento fantástico, chicas voluptuosas, curas poco piadosos, guardias civiles sodomitas, Franco como de seguro fue y no como nadie antes lo pintó, y un largo etcétera. Ahí lo dejo, no quiero destripar nada, por supuesto; investíguelo el lector curioso.
No quiero tampoco dejar de hacer mención específica al gusto del autor por el humor. Tiene relatos cuyo primun movens es ese, ya sea gore, absurdo, recargado, simple o bruto; el humor es, diría yo, no solo primun movens en estos cuentos, sino en su actitud en la vida en general. Estoy seguro de que en su adolescencia, si la tuvo, le asaetearon con el sempiterno “no te tomas nada en serio”; cosa que hicieron también conmigo, a pesar de tomarme todo muy en serio, pero con humor.
Un cambio de tesitura

Y ahora llego a la pataleta que quería representar aquí: dije que fue un error husmear opiniones sobre el libro, y todo por esto: a más de uno oí decir (bueno, leí más bien) que C. G. había “cambiado el registro a que nos tenía acostumbrados”.
Pues no, señores míos, C.G. Demian se mueve personalmente siempre en el mismo registro gamberro, es su personalidad, valga el pleonasmo, pero el C. G. escritor cambia, como ya he dejado claro, de tesitura constantemente. Y por ello Sombras de arena no me sorprendió, en absoluto, por su tema ni por su trama; se puede decir que andaba yo esperando esta novela.
Perdónese mi recalcitrante ergotismo, pero Sombras de arena es a C. G. Demian lo que El tesoro de la urraca es a mí (si cito mis propias obras es solo porque sé que la mayoría de mis habituales conocen mi obra en general).
Leer con los ojos de un niño
Pero pasen, por favor, acompáñenme al siguiente párrafo y hablemos de cosas serias:
A pesar de esto del “cambio de registro”, yo leí Sombras de arena como lo leo todo: como un niño, como me enseñó el egregio Lizano (“¿No ven que soy un niño?”), y por eso, cuando me adentré en la historia me vinieron dos referentes ineludibles, otro par de comparaciones que creo no son cosa baladí: Temblores, la serie de películas, y Van Damme`s Inferno, esa obra maestra de Jean Claude, esa nivola unamuniana mutada con cine de acción, esa gran película que merece artículo aparte (ya llegará).
El aire que se respira en Desolación, nombre del pueblito donde se desarrolla la novela, salvando distancias, me llevó a los escenarios de esas dos películas. Ese polvo rojizo, ese aire de ruina, ese espíritu de desesperación desesperanzada (creo que repito esta aliteración últimamente), esa sequedad en la garganta que solo se aplaca con aguardiente…
Acaso es cierto que durante el primer par de capítulos esperé monstruos o asesinos en Harley, pero su ausencia no fue desilusión, en absoluto, ya he dicho que asisto al espectáculo literario como un niño a una peli de dibujos, ¡puro, inocente! Dispuesto a dejarme conmover, a dejarme llevar. Y la novela te conmueve, te transporta. No debiera decir más sobre ella, al cabo que “te transporta” debiera mover al curioso como poco a acercarse a ojear.
¿Por qué leer Sombras de arena?
Sé que sois duros, así que teclearé otro parrafillo:
Leed el libro. Conforme os adentréis en él, os atrapará. Una incertidumbre que no se sabe bien a quién toca va creándose en el asombrado lector; digamos que una sombra se cierne.
O mejor: el principio de incertidumbre de Heisenberg se hace literatura a ritmo decadente. O mejor, y siguiendo con el símil: asistimos en Sombras de arena ¡a la apertura definitiva de la caja del gato de Schrödinger! En clave de misterio, en tono de encrucijada física y metafísica. Por supuesto, esto que digo le hará gracia a aquel que ya haya leído el libro, pero lo escribo para picar la curiosidad de aquellos que no. Repito, pues, leed el libro; el gato (negro, siempre negro), ni muerto ni vivo sin vosotros, os necesita.
¿Te ha gustado esta entrada? Déjanos tu valoración y tu comentario.
Queremos ofrecerte el mejor contenido. Ayúdanos a seguir creando y a mejorar colaborando con nosotros en Ko-fi y obtén recompensas muy especiales.
Síguenos en redes sociales a través de Twitter e Instagram.

Qué buen resumen de su obra y personalidad. Me ha encantado.
Gracias! Tú también lo tienes calado
Cuanto honor me haces con tus palabras, hombre de mala vida y buenas palabras.
Pingback: SOMBRAS DE ARENA (Francisco Santos Muñoz Rico) – Repositorio de Palabras