Nuestra compañera Sandra Gómez Moreno ha pasado por los micrófonos del canal El Templo de las Ánimas para hablar de su participación como colaboradora en Espiademonios y su trayectoria como escritora de terror. Además nos presenta su último relato: Y tú, ¿me ves?
Os dejamos la entrevista y el relato completo a continuación ¡Qué disfrutéis!
Y TÚ, ¿ME VES?
Por Sandra Gómez Moreno
Hoy es uno de esos días en que no tengo ganas de hablar con nadie. Ni de verme en un espejo tengo ganas.
Los dolores del brazo izquierdo me están sacando de quicio. Me dijeron que la herida se iba a curar, pero algo no va bien. No va nada bien. El vendaje se mancha de sangre constantemente, demasiado, y me cuesta mover la mano.
No sé, esto pinta bastante mal.
Para colmo, algo sucede con mis ojos: desde hace días estoy perdiendo bastante vista y si miro de reojo observo que cientos de moscas revolotean a mi alrededor. Moscas que, por supuesto, no están allí.
Tengo la sensación de que algo malo va a pasar.
Espero equivocarme.
A ver qué me dice el médico.
***
Me tienen que operar.
El médico me lo acaba de decir. Mañana mismo sin falta.
Según él, hay un vaso sanguíneo que deben cerrar porque la herida no se ha curado correctamente, así que la intervención en mi brazo es inevitable. La otra cuestión se centra en mis ojos. Cree que tengo una infección importante. En ese instante no sabe muy bien cómo atajarla, pero en cuanto me operen el brazo se centrará en este problema.
Estoy muy nervioso.
Y el mal fario no se me va de la cabeza.
Ya no la sensación, el convencimiento de que algo malo se me viene encima.
Pero intentaré ser positivo, aunque las circunstancias no acompañen.
Los instrumentos que hay en este hospital no me generan excesiva confianza. Muchos compañeros en este jodido hospital han muerto desangrados, o eso nos cuentan. Los gritos mientras les intervienen no son muy esperanzadores.
Supuestamente nos ponen cloroformo. Me parece que se llama así. Nos duermen para que no nos enteremos de nada. Eso espero… Si tengo que sentir cómo el filo del cuchillo abre mis carnes, seguramente acabe palmando.
Suspiro.
Cierro los ojos, cada vez más apagados. Todo se oscurece.
Entre el olor a sangre, a alcohol y a muerto, este sitio es digno de una película de terror. Solo que el horror lo vivimos nosotros, a la vez protagonistas y espectadores.
Voy a intentar descansar, a ver si mi compañero de habitación me deja: por las noches habla en sueños con su mujer fallecida. En más de una ocasión me ha despertado, y es bastante desagradable escuchar sus conversaciones ¡Joder, que esta muerta! Pero me siento incapaz de interrumpirlos, de intentar despertarlo para que se calle de una vez.
¡Qué ganas tengo de largarme de este maldito hospital!
En fin.
Mañana será otro día.
Buenas noches.
***
Llevo un montón de horas despierto.
No sé cuantas han sido, pero he visto cómo amanecía. Apenas me he movido, ya que cada vez que lo intentaba un desagradable calambre recorría mi brazo izquierdo. Sentía cómo mi corazón se paraba y me faltaba la respiración. He procurado mantener la calma, a pesar de tener la angustiosa sensación de que la muerte me pisa los talones y quiere acariciar mi cuello con su guadaña.
Mi compañero de habitación ha vuelto a hablar con su mujer. Por lo que he entendido la muchacha se desangró en el parto, y la parca se la llevó al infierno para que, según dice en sueños, cuide a todos los niños malditos que hay en ese lugar.
Todo muy alentador.
Estoy acojonado.
La puerta se abre.
—Marco, ya es la hora. No te preocupes, muchacho, todo va a salir bien.
(Entiendo: es la hora de morir, da igual si te preocupas o no, todo va a salir de la peor manera posible).
Levanto con torpeza mi pesado cuerpo, intentando no usar el lado izquierdo. Estoy temblando. No quiero que lo noten. El brazo me duele tanto que tengo ganas de arrancármelo. Esto es insoportable. Que acabe ya, por Dios.
A trompicones alcanzo la puerta, donde un hombre me acaricia el hombro para tranquilizarme. No sé quién coño es.
Estoy hecho una mierda.
Tengo la boca reseca, pastosa. Intento, con poco éxito, desencajar la mandíbula. No he bebido agua y no entiendo cómo puedo sudar tanto.
—Vamos.
Agacho la mirada resignado.
Resoplo. Hiperventilo.
Los instantes previos a la operación se suceden a una velocidad distinta a la real, como si el tiempo fluyera más lento de lo habitual.
Cuando quiero reaccionar, veo cómo un hombre me pone una máscara en el rostro.
Todo se hace más pesado.
Todo es más oscuro.
No hay dolor, por fin.
No tengo miedo a la muerte
***
Silencio.
Por extraño que suene no se oye un ruido. Solo el de mi respiración volviendo a la vida después de un trance bastante extraño. Ni siquiera he soñado.
No me duele nada.
No siento mi brazo, supongo que continúo bajo los efectos del cloroformo.
Tampoco veo nada. Es difícil de explicar: cuando tienes los ojos cerrados, ves colores, ves cosas al intentar mover los ojos, pero esto… no sé. Intento abrirlos, pero me es imposible. Tengo vendajes encima de mis cuencas. Es incómodo, pero no me duelen. Parece que ya han puesto solución al problema, menos mal.
Parece que todo va a ir bien… casi estoy contento, aunque puede que sea el cloroformo.
Ya ha pasado un buen rato y por aquí no viene nadie. Ademas, ¿por qué no me duele nada? Qué raro…
Intento hablar, después gritar, pero tengo la garganta tan reseca que me cuesta, me es imposible.
Carraspeo, me centro en esto, poco a poco:
—¡Enfermera! —digo con un hilo de voz.
Dejo pasar unos breves instantes para ver si acude alguien.
Nadie.
Vuelvo a carraspear.
—¡Enfermera!
A lo lejos oigo unos pasos.
Por fin.
Una voz masculina me habla:
—Marco, ¿cómo te encuentras? ¿Me escuchas?
—Que tenga los ojos vendados no quiere decir que esté sordo —mi propia voz me suena ajena, pero la de mi interlocutor también.
Breve instante de silencio.
—¿Quién eres? —pregunto molesto.
—Soy uno de los enfermeros que ha estado en la operación. No tienes de qué preocuparte. Todo ha marchado a la perfección…
—Ya.. ¿Y por qué no siento el brazo? ¿Y qué ha sucedido con mis ojos?
—Emm… Por ahora no puedo responderte. En cuanto venga el cirujano te explicará bien lo que ha sucedido.
Percibo un matiz fatal de duda en su voz.
No me gusta.
—¡¿Qué me habéis hecho?!
Me estoy poniendo muy nervioso.
—Tranquilo, el médico te explicará todo. No temas.
—¡¿Que no tema?! ¡Cabrones! ¡Desgraciados!
De pronto noto que me ponen un pañuelo húmedo sobre la cara, el puto cloroformo. Otra vez no.
E instantes después el poco sonido que existe a mi alrededor desaparece por completo.
***
No sé cuanto tiempo ha pasado. Estos desgraciados me han puesto un pañuelo con el cloroformo ese para que me callara.
Tengo unas sensaciones muy extrañas. Noto un dolor terrible a la altura del codo… ¡Joder! Y mis ojos… No puedo moverlos, los párpados me duelen horrores, como si me los hubieran cosido ¿Qué cojones han hecho conmigo?
—Marco.
Me he asustado. No he escuchado a nadie acercarse.
—¿Quién eres?
—Soy en doctor. ¿Estás más tranquilo?
—Y una mierda, doctor. No, no lo estoy. No sé qué me han hecho, no siento el brazo, pero el codo me está matando; no siento mis ojos, no sé que ha pasado.
Estoy aterrado, cabreado, rabioso.
—Si te lo cuento, ¿te tranquilizarás?
—¿Me dirá la verdad?
—Siempre digo la verdad —contesta.
Asiento con más dudas que certezas, sospechando que han hecho una escabechina con mi cuerpo.
Respiro profundamente, una vez; dos. Y me dispongo a escuchar lo que ha sucedido.
***
Han pasado varios meses desde la operación. Sigo cabreado y enfurecido por lo que me hicieron: me cortaron el brazo a la altura del codo y me sacaron los putos ojos.
Me quedé varias semanas en la habitación, sin querer hablar con nadie, teniendo continuas pesadillas donde solo veía sangre, sierras, brazos cortados y ojos arrancados. Al menos en los sueños puedo ver.
Pero llegó el momento en el que decidí salir de esa situación de mierda y espabilarme. O me hundía o seguía adelante, no había más alternativa.
Soy diestro y no tuve problema en valerme con un solo brazo. Pero los ojos…
Durante cierto tiempo me costó mucho orientarme por el hospital, aunque ahora me muevo como pez en el agua.
Es de noche (no hace falta ver para saber esto, he interiorizado los horarios del hospital, su ritmo). Estoy en la habitación y hace un calor insoportable. Se me ha ocurrido una idea un tanto temeraria: bajar a la calle a ver si me da un poco el fresco. Creo que no hay nadie vigilando, puedo escuchar desde aquí al enfermero de guardia roncar en su cuartucho; así que no habrá problema en llegar a la puerta principal.
Despacio y con más de un tropezón consigo mi objetivo: salir.
Toco la madera que forma parte de la puerta para no desorientarme y deslizando mi mano derecha acaricio la piedra con la que está revestida la fachada del edificio.
Hace algo de viento. Se agradece.
Se escucha mucho bullicio a pesar de la hora. ¿La gente en esta ciudad no descansa?
De pronto oigo una conversación:
—Tío, ¿qué te pasa? ¿Estás bien?
Nadie habla.
—¡Mauri! Tío, me estás asustando ¿Qué coño te sucede? Estás pálido, chaval.
—¿No lo veis? —pregunta una voz quebrada y asustada.
—¿Ver el qué? Es una puerta acristalada sin más, tío. No hay nadie, no hay nada.
—¿Me estás tomando el pelo? Hay un tío con un batín lleno de sangre con los ojos arrancados y el brazo cortado, joder, no deja de mirarme —ahora grita histérico, ya no habla.
—¿Estás de broma? ¿Qué te has tomado esta noche? Deja de fumar… O que rule…
—No he bebido ni fumado nada, Julio, te lo juro. Pero hay un tío en esa puñetera puerta, en serio.
—Madre mía… Anda, vámonos e intenta descansar. La cena no te ha sentado nada bien.
Escucho cómo los jóvenes se marchan, riendo, sin creer una palabra sobre lo que dice el colega.
Pobre chaval, se ha acojonado de verdad.
Está visto que estoy mejor con mis compañeros muertos de este dichoso hospital.
Voy a subir a la habitación y a hablar con la mujer de mi compañero.
Entre nosotros nos entendemos.
FIN
Julio Prado narraba el relato ¿Y tú, me ves? de Sandra Gómez Moreno para el canal de Youtube El desván de Bastián.
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Muy bueno, Sandra!!!
Mil gracias, Franky. Gracias por todo 😘
Aterrador! Me voy a frotar los ojos un rato para asegurarme que siguen ahí 😀
Pero hazlo con cuidado 😜
¡Gracias, Jesús! 🤩
Muy bueno, Sandra.
Nunca me gustaron los hospitales...
Muchas gracias, Ignacio. A mí tampoco, guardan demasiados secretos. Un abrazo 🤗
Brutalllll amiga. Brutal
Gracias, bonita