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Relato: Tu peor enemigo

Tu peor enemigo es un relato sobre la ansiedad, sobre el monstruo interior que nos lastra y nos impide volar hacia una vida libre y plena.

Tu peor enemigo

Sandra Gómez Moreno

Pasillo largo.

La oscuridad cubre gran parte del recorrido con la salvedad de que los ventanales dejan paso a tímidos rayos de luna, iluminando quebradas baldosas que clavan dentelladas en los desnudos pies de la joven que lo atraviesa.

La persiguen y huye como alma que lleva el diablo. Pretende alcanzarla, pero la muchacha corre buscando el final de un corredor que le abrirá el camino a la esperanza.

Sus manos sudorosas agarran la falda de un vestido blanco más que roto cubierto en su totalidad de grises e inseguridades.

De repente agarra sus tobillos.

Trastabilla.

Casi se cae. Logra mantener el equilibrio. No se la ha comido aún. Todavía no.

Pero a causa del tropiezo, se corta el talón derecho con el filo de una baldosa y comienza a sangrar.

El líquido carmesí sale a borbotones dejando sus pies como huellas sanguinolentas señalando el rastro para su depredador.

Los pulmones comienzan a arderle. Quiere que todo esto termine.

Gira su rostro y, a pesar de la penumbra mezclada con la Luna, sabe que está ahí, acechante, soberbio.

Su mera presencia ahoga y paraliza todo.

No encuentra la salida y lleva demasiado tiempo corriendo.

Jadea, suda, el corazón se le va a salir por la boca. No se da cuenta de que está corriendo en círculo alrededor de una torre.

Y que el monstruo tiene hambre.

Sus sudorosas manos no tienen fuerza para sostener el vestido. Lo arrastra por el suelo, se mezcla con el polvo y la sangre de su pie haciendo de él un retal de tela espantoso y grotesco.

Hay un punto que sin saber bien cómo, encuentra el comienzo de unas estrechas escaleras de caracol sin apenas iluminación.

Se para. No puede más. Pero la bestia le pisa los talones.

Vuelve a coger su tobillo y siente tal pánico que sale despavorida.

Para su desgracia y la de sus maltrechos pies, los escalones son de madera podrida por los siglos, por lo que decenas de astillas se clavan en sus plantas dándole calambres en sus ya agotadas piernas.

La subida le resulta cruenta, eterna y dolorosa. Intuye que la salida está cerca, ve un haz de luz al final de esa maldita escalera que le está revolviendo el estómago.

Uno de los escalones cede ante su peso y gracias a su vestido evita que el fondo de la escalera se la trague.

Grita pidiendo ayuda al cielo que tan poco caso le hace. Ella, atea, solicitando auxilio al creador de la nada.

Y con las escasas fuerzas que tiene, sube gateando hasta alcanzar el final.

Sus rodillas están peladas, ensangrentadas como su alma y el monstruo, silencioso e inexorable, sigue tras ella esperando el momento de su ataque.

Sus manos ajadas se apoyan en el suelo fresco que el balcón le muestra.

Está a salvo.

La luz de la Luna acaricia su desastroso aspecto.

Un pequeño murmullo a su espalda hace que su piel se erice, siente una amenaza que conoce bien haciendo que sus tripas se retuerzan.

Se levanta del suelo y sin saber cómo, sus piernas toman la suficiente fuerza para huir.

Queda nada, ya acaricia la libertad con la yema de sus dedos.

El balcón tiene poca altura, puede hacerlo. Tiene que hacerlo.

Con las uñas de sus manos se agarra del dibujo que compone la parte interior. Se las arranca en el intento de huir, pero le da igual.

El monstruo la persigue. Es ahora o nunca.

Ha sido capaz de erguirse en el alféizar. Tiene los pies reventados.

Agacha su cabeza. El vacío la saluda.

No hay temor, no hay dolor.

Ya se ha sentido muerta en vida, así que la altura es lo que menos miedo le provoca.

Y por fin vuela libre. Con un vestido roto cubierto de polvo, sangre y muerte.

Estira sus brazos sintiendo como el aire le roza su destrozada piel.

Pero de repente el mundo se detiene y su cuerpo también.

Algo se rompe.

Suena a hueso quebrado.

Su cuello, su adorado cuello.

El monstruo la ha alcanzado. Una soga lanzada al vacío ha rodeado su cuello y por más que se creyera a salvo, su propio monstruo se ha adueñado de su vida, tanto, que ha acabado matándola.

Colgada en lo alto de una torre como un despojo de lo que pudo ser y no fue.

Ahora solo es la dama del cuello torcido. Vencida por la muerte, por el dolor y la ansiedad.

La muchacha vaga por el mundo, intentando avisar a otros de que hay salida, de que todo irá bien, pero quien la ve huye despavorido, sin dejar que articule palabra, haciendo que la bestia que devora las almas se ría a carcajadas de ella.

Pobre dama, pobre joven sin voz, colgada de la torre de la desesperación.

Ojalá alguien la escuche.

Ojalá el mundo deje de tenerle miedo.

FIN

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