Relato: Quien siembra vientos

En este momento estás viendo Relato: Quien siembra vientos

QUIEN SIEMBRA VIENTOS

Por Sandra Gómez Moreno

—Mírala, no sé qué se piensa. Va siempre de punta en blanco, pero en el fondo es una pordiosera, una muerta de hambre. Si no fuera por los dineros que el esposo se gasta en ella…

—De verdad, qué mujer más insoportable. Todo el día detrás de la cortina juzgando a los demás. Ni que tu vida fuera mejor, querida…

—¡Ahí van esas niñas! ¡Provocando! ¡Menudos escotes! ¡Y cómo se mueven! ¿No les dará vergüenza?

—¡Amalia, por Dios! La gente se va a dar cuenta de que estás cotilleando de sol a sol. Ponte a leer, a ver la tele o llama a tu amiga Soco, que hace mucho tiempo que no sabes de ella.

Silencio.

Cierro la cortina.

Suspiro y giro mi cuerpo hacia el comedor.

La vida ha cambiado demasiado rápido. Pero a peor. No me acostumbro a tantas cosas nuevas. No para un cuerpo viejo y maltrecho como este.

Miro hacia el dintel de la puerta que lleva al pasillo. Me quedo ensimismada observando un punto fijo como si no viera nada. Pero lo veo todo. Siento como la herida abierta de mi corazón sangra. Muevo la cabeza y quiero sacar de mi pecho la tristeza que devora y corroe mi alma.

Me doy la vuelta para mirar por la ventana. Es mi único entretenimiento.

No quiero pensar. No ahora.

Corro el visillo y veo a una pareja tomar una cerveza en la terraza que prácticamente queda en frente de mi ventana.

Sonríen. Se les ve felices. Enamorados. Juntos.

—¡Mierda! ¡Joder!

Cierro de manera brusca la cortina y la chica se da cuenta de mi movimiento.

No me muevo. No soy capaz. Tengo la respiración entrecortada. Cierro los ojos y digo en voz baja:

—La he cagado, Emilio, la he cagado.

La tristeza me invade.

—Si no fueras tan envidiosa, querida…

—Me da tanta rabia, tanta. No soporto ver a la gente feliz mientas me muero de asco en esta casa…

—Pues sal. Nada ni nadie te ata a este lugar…

—Ojalá no te hubieras muerto, Emilio… Te echo tanto de menos. Tu ausencia me es insoportable.

De pronto, a mi espalda escucho unos pasos y una brisa me acaricia la nuca.

—Sé que estás ahí, poniendo en orden mi caos, mi locura y mi tortura. Odiabas que cotilleara, que me metiera en la vida de los demás, pero al menos me escuchabas pacientemente. Ahora, ya no estás. Bueno, no de la forma en la que me gustaría que estuvieses, cariño.

Se me escapa una lágrima.

Abro los ojos y al correr la cortina, veo en el cristal el reflejo de quien hasta hace dos semanas era mi marido.

Sus ojos están mirándome recios, firmes.

Doy un brinco.

Me doy la vuelta inmediatamente.

No hay nadie.

Ojalá pudiera verte…

Me apoyo en la mesa redonda y rompo a llorar.

De pronto noto que una mano toca mi hombro derecho.

Un escalofrío recorre mi espalda.

—Emilio…

Segundos después otra mano se coloca en mi hombro izquierdo y con un suavidad hace que mi cuerpo gire hacia la ventana. Como si tuviera que mirar hacia ella y no al interior del comedor.

Asustada, separo la cortina y su reflejo se muestra de nuevo.

No me salen las palabras. Mi herida está abierta y sangra como un arroyo sin freno cuando cae una tormenta. Sin saber hacia dónde va, causando el mayor de los desastres.

—Amor mío… Mi Emilio adorado.

No habla, le noto serio, más de lo habitual.

—¿Por qué estás así? —digo desilusionada.

—Me molesta mucho que juzgues a la gente sin saber nada de ella —contesta de manera cortante.

Agacho la cabeza algo avergonzada.

—No me vale ese gesto. Ya no.

No me gusta el tono que utiliza.

Algo enfadada le pregunto:

—¿Qué pasa, que allá donde estás no te tratan bien o qué?

—¿Y tú? ¿Cómo te tratas tú? Pretendes tapar la luz del sol con un dedo y al final acabarás quemándote.

—Creo que estás siendo algo injusto…

Emilio suelta una risa socarrona.

Miro fijamente lo que el reflejo me sigue mostrando. Se supone que todo sigue igual, pero algo ha pasado con el hombre con el que me casé. Antes no era así…

—Injusta eres tú contigo y con los demás. Injusto es opinar de lo que no sabes solo por el gusto de criticar al resto. Eres envidiosa y egoísta.

—¡Calla! ¡No quiero oír más!

Quiero taparme los oídos pero algo me lo impide. Cientos de manos invisibles golpean las mías dificultando cualquier movimiento.

—¡Basta! ¡Socorro! ¡Ayuda! ¡Emilio!

—¡Vas a saber lo que es bueno a partir de ahora! ¡Harto me tenías, Amalia! ¡Harto!

Y con una fuerza cuyo origen desconozco, mi difunto marido me lanza por la ventana.

*

Todo pasa tan rápido que apenas puedo reaccionar. Solo sé que cuando quiero darme cuenta desde el interior de mi casa puedo ver mi cadáver tirado en la calle.

Mi marido desde detrás me pregunta con voz oscura y macabra:

—¿Ahora quién juzga a quién?

Lo miro con un odio que jamás pensé que pudiera sentir.

—Déjame en paz, maldito.

—Te equivocas una vez más. Maldita tú, querida, maldita tú. Porque a partir de ahora este rincón será conocido como el de Amalia, “ la vieja del visillo de Bargas”, y escucharás todo lo que la gente del pueblo opinaba sobre ti. Prepárate porque tu maldición acaba de comenzar.

**

Y aquí estoy. Enjaulada en esta cárcel espiritual, condenada a recibir el mal que hice mientras vivía. Para aquellos que no creéis en el karma, andaos con cuidado, no se sabe cuándo éste os dará lo que os merecéis. Puede ser a lo largo de vuestra vida o en la muerte.


¿Te ha gustado esta entrada? Déjanos tu valoración y tu comentario.

Queremos ofrecerte el mejor contenido. Ayúdanos a seguir creando y a mejorar colaborando con nosotros en Ko-fi y obtén recompensas muy especiales.

Síguenos en redes sociales a través de Twitter e Instagram.

Sandra Gómez Moreno
REDACTORA | + posts

Esta entrada tiene 4 comentarios

  1. Anónimo

    Simplemente, la mejor.

    (5/5)
    1. Sandra Gómez Moreno

      ¡No será para tanto! Gracias por tanto 🤗😘

  2. Rashan

    Pobre vieja!!!!
    un cuento muy bien hilado, felicidades.

    (5/5)
  3. Sandra Gómez Moreno

    ¡Muchísimas gracias! 🤗

Deja una respuesta

Vota