El relato Perversidad esmeralda recupera la tradicional leyenda de la dama encantada del lago desde el punto de vista de su verdadera protagonista. Una historia hermosa y al mismo tiempo trágica como nunca te la habían contado
PERVERSIDAD ESMERALDA
Sandra Gómez Moreno
—Ven, ven… —le digo.
Me mira absorto, embelesado, como si no hubiera visto nada igual en el mundo. Quiere un beso, necesita que me quede en su vida, pero mi única intención es cumplir mi misión: que las profundidades del lago que está al fondo de la cascada le engullan en su interior.
Se acerca hacia donde me encuentro. Sigilosa, muevo mis pasos hacia atrás mientras él me persigue.
Un paso más y ya estaría.
Sonrío picarona. Cree que soy suya. Pero lo que tengo por seguro es que su cadáver quedará precioso en el lago que terminará pudriendo su asquerosa piel.
Justo antes de caer al vacío me mira incrédulo, dolido, con el alma destrozada por mi traición.
Ilusos, necios y estúpidos.
Dicen que me aman cuando ni siquiera saben mi nombre, cuando su única intención es mancillar mi piel y mi alma.
Ya no lo consiento. Ya no me fio.
Porque maldita la hora en la que creí en la palabra del hombre que arrancó mi inocencia y mi vida. En este mismo lugar me traicionó y una vez vejada, me asesinó cruelmente ahogándome en el mismo sitio en el que ahora mismo me encuentro.
Juré venganza y solo el mismísimo Diablo tuvo piedad de mi dolor y mi desdicha.
Él me prometió que ese hombre sufriría en sus carnes lo que yo había padecido, pero que tenía que ser yo quien tomara la justicia por mi mano. De esa manera descansaría eternamente.
Y de nuevo, ilusa, caí en otra traición. Su promesa fue en vano. No sé en qué instante confié en el rey de la mentira.
Maldito Satanás, espero que hagas honor eternamente a tu adjetivo y te pudras en los infiernos.
Sí, mi asesino terminó corrompiéndose en sus aguas, pero desde hace decenios cada vez que se acerca un hombre a la fuente de los Álamos actúo de la misma manera: les seduzco con mis ojos para que una vez que admitan que están locos por mí, los llevo al límite y su vida termina bajo las aguas de este lago.
Tengo que admitir que al principio no quería hacerlo, estaba furiosa ante la felonía de Lucifer. En más de una ocasión quise arrancarme los ojos para que nadie se quedara prendado de mi mirada y así evitar la muerte de personas inocentes, pero en cuanto los hombres se me acercan y veo la forma lasciva con la que me miran, el estómago se me revuelve y un absceso de rabia e ira me sube por la garganta.
Recuerdo lo que ese bastardo me hizo y toda compasión queda diluida en algún rincón de mi podrida alma.
En ese instante saco mi artillería pesada: los seduzco sin piedad hasta que les provoco la muerte más cruel y despiadada que soy capaz de crear.
Y cuando su cuerpo flota en el lago, mi pecho vuelve a latir con fuerza ante el festival de muerte que tengo delante.
Por irónico que resulte, a pesar de ser un espectro asesino, me gusta donde estoy: es una fuente preciosa, tranquila, la humedad me acaricia el pelo y la piel de tal modo que diría que escucho su música cuando me roza.
Mi pelo rubio se riza haciendo que los bucles se ensortijen. Me encanta jugar con ellos.
De vez en cuando, si no tengo ninguna víctima a la que sesgar su vida, me gusta pasear por lo alto de la cascada. Pienso en lo que deben sentir cuando su cuerpo se estampa contra la pared, sus huesos se quiebran y una vez roto de dolor, este cae al agua y sin capacidad para salir a la superficie sus pulmones se llenan de líquido.
Se me eriza la piel al pensarlo.
Un sonido en la lejanía me saca de mi ensimismamiento. El eco de las trompas, el tropel de los caballos y una jauría desencadenada hace que me ponga tensa.
Siempre que escucho estos sonidos no presagian nada bueno.
Instantes después un ciervo herido se cruza en mi camino mientras que al fondo, los gritos de un hombre enfurecido busca desesperado su presa.
Pobre iluso, debe ser desconocedor de la maldición que hay en esta zona ya que por más que pretenda alcanzar al animal, el será la víctima.
El trote de su caballo se encuentra cada vez más cerca.
Ya viene, ya viene.
Escóndete, mujer, que te va a encontrar de bruces.
Me meto en el lago, y a pesar de la cantidad de hojas y helechos, mis ojos color esmeralda llaman la atención al joven que a gran velocidad salta por encima de ellas, haciendo que caiga al suelo, dejando que su corcel huya y el bosque se lo trague.
El muchacho a pesar de la caída y del golpe en su hombro gira, desesperado, su cabeza hacia todos los lugares visibles de la cascada buscando lo que ya sé que pretende alcanzar.
Por ahora no quiero que me vea.
Río maliciosa.
Sé que me ha escuchado.
Quiero hacerle creer que este paraje es mágico, que la soledad le abraza y que los posibles espíritus danzan a su alrededor.
—¡Qué es lo que he visto! ¿Ha sido una dama o una ensoñación? ¡Sus ojos! ¡Sus ojos! ¡Qué belleza la de sus ojos! ¿Habrá sido una ilusión? Se está haciendo de noche y tengo que volver a mi hogar. Bella mujer, ojalá vuelva a verte mañana. Y por si quieres saber mi nombre me llamo Fernando de Argensola, para que no te confundan, bella mujer de ojos verdes.
Permanezco dentro del agua y escucho cómo el caballero se marcha.
Minutos después, sigilosa, saco la frente y mis ojos.
Cuando ya no escucho su caminar, salgo y me siento en la orilla del lago.
—Así que Fernando… —digo sonriendo maliciosamente. —Al menos en esta ocasión conozco el nombre de mi futura víctima. Y sí, mis ojos serán hermosos, pero lo más placentero es sentir los pasos de la muerte acercarse, acariciando la locura del hombre, ahogando sueños y destapando la perversidad del alma.
Y mientras tramo mi plan, deseosa de dar muerte a Fernando, sé que el Diablo sonríe a lo lejos conocedor del desastre que ha causado en mí.
Soy consciente de que soy capaz de destrozar la esperanza a cualquiera que se cruce en mi camino. Soy su más maravillosa creación y una digna portadora de mi nombre: la dama de los ojos verdes.
FIN
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