Relato: Duerme tranquilo

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Sandra Gómez Moreno nos habla en su último relato, Duerme tranquilo, de un terror cotidiano: los sueños. O más concretamente de las pesadillas. ¿Te has levantado alguna vez con la sensación de que algo va mal, que no encaja? Duerme tranquilo… si puedes.

Duerme Tranquilo

Sándra Gómez Moreno

Abro de golpe los ojos. Me incorporo en la cama intentado mantener mi respiración y mi pulso a raya. Acabo de tener una pesadilla y la sensación de angustia es terrible. Estoy convencido de que es el típico mal sueño que arrastras durante el día y que no puedes quitarte ni con aceite hirviendo. Tengo la boca pastosa y los ojos legañosos.

No sé qué hora es. Estiro la mano para coger el despertador pero debe estar lo bastante lejos ya que, por más que alargo el brazo, no lo alcanzo.

Paso.

Supongo que serán las 4 de la madrugada, últimamente me despierto a esa hora y después soy  incapaz de quedarme dormido.

Mierda.

Aparto las sábanas. Apoyo los pies en el suelo y doy un respingo. ¿Por qué está tan frío?

Estamos en primavera y, aunque todavía refresca, el contraste de temperatura de la baldosa me ha sorprendido. No encuentro las zapatillas de andar por casa y esa sensación tan gélida hace que sienta miles de agujas clavándose en la planta de mis pies.

Camino dando ligeros saltos hacia el interruptor de la luz, tropezándome con objetos que no distingo. Le doy con la intención de ver lo que sucede a mi alrededor, pero si lo llego a saber me hubiera quedado a oscuras. La bombilla, a los pocos segundos de encenderse, comienza a titilar y en lugar de apagarse o presentar su color cálido habitual, se transforma en una especie de azul grisáceo tirando a mortecino que, de algún modo, ilumina mi habitación. Y sí, ojalá estuviera en penumbras.

Apoyado en la pared reconozco lo que es mi habitación, pero no sé en qué instante se ha transformado en algo parecido a un basurero. Su aspecto es nauseabundo, putrefacto y un olor a corrompido me golpea las fosas nasales.

A los pies de mi cama observo cómo los marcos de las fotos están cubiertos de moho; la librería tiene la madera carcomida y los lomos de los libros se encuentran rajados. El suelo está lleno de escombros, el techo que se supone que es de color blanco presenta un negro azabache que ya quisieran ciertos felinos. Para colmo, una especie de líquido viscoso de color negruzo, cuya procedencia ignoro, empieza a extenderse hacia donde me encuentro.

A medida que analizo mi situación, me doy cuenta de que hay un sonido que me está taladrando el cerebro: el tic, tac de mi despertador. ¿Dónde cojones está?

Dirijo mi mirada y observo que se encuentra encima de la librería. ¿Cuándo lo he colocado ahí? Para mayor espanto veo que sus agujas se mueven en dirección contraria… No sé si parece que mi vida se ha puesto del revés o directamente me he vuelto loco.

Buscando respuestas en alguna parte sigo mirando y aterrado veo que mi cuerpo se encuentra encima de la cama. ¿Qué hago ahí? Quiero acercarme, pero me muero de miedo. No siento el frío que taladra mis pies, solo quiero buscar respuestas.

No creo que haya vida más allá de la muerte, pero lo que estoy viviendo tira por tierra todas las posibles creencias que he adquirido a lo largo de mi corta vida. Mi otro yo, tiene el rostro pálido, casi demacrado, mejor dicho. Viste un traje de color negro y tiene los brazos cruzados a la altura del pecho. Su postura se asemeja a la de un cadáver amortajado. No sé por qué, pero quiero tocar su rostro: deseo averiguar si el frío de su cara es el mismo que siento bajo mis pies. Cuando estoy a punto de rozar su mejilla, mi otro yo, me coge por la muñeca y apretando con fuerza me susurra al oído:

—¿No sabes que a los muertos hay que dejarles descansar? ¡Largo de aquí!

Y con la misma fuerza con la que me agarra me tira al suelo.

Grito.

Abro los ojos de nuevo. Estoy en la cama. Me incorporo y me toco la cabeza esperando a que esta me duela a causa del golpe ocasionado. No tengo ninguna molestia.

Joder. Otra puta pesadilla, ¡qué harto estoy!

Miro a mi alrededor y todo vuelve a estar oscuro y silencioso. Me da miedo levantarme. Inspiro, tomo fuerza y cuando voy a apoyar la mano en la cama para mi sorpresa y angustia, noto que a mi izquierda hay un cuerpo. El corazón se me para. No puede ser, no puede ser, mascullo.

—Te lo he dicho antes y no me haces caso. Descansa, la eternidad es demasiado larga. Te irás acostumbrando. Duerme tranquilo.

FIN

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Sandra Gómez Moreno
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