Este es un relato doble o para ser más exactos, dos versiones de una misma historia de terror onírica, escrita por Francisco Santos Muñoz Rico.
Visio Nocturnis Monstrum
Francisco Santos Muñoz Rico
Cuando Stella me dijo aquello, supe que iba a morir.
Me dijo:
—Te persiguen, tía. De momento solo están dentro de tus sueños, pero pronto te encontrarán aquí afuera. Y entonces, te matarán.
Por supuesto, en un primer momento, quise pensar que estaba loca; bueno, siempre lo había pensado, y que no decía más que sandeces, sobre todo teniendo en cuenta el lugar y el momento en que me lo decía: nuestro chat privado en wasap, donde vertimos prácticamente solo gilipolleces y tonterías. Así que le mandé una carita redonda, amarilla y desquiciada. Pero algo en su siguiente mensaje de loca me asustó: la certeza.
—Espera —continuó, y vi en la parte superior durante un buen rato el fatídico “escribiendo…”
Cuando apareció el texto lo leí con premura:
“Son monstruos… igual que Freddy Kruegger, pero no solo uno: un montón, como un equipo. El Nigthmare Team. Puede que sean una docena. Empezaste a soñar con ellos hace como una semana; te decían cosas chungas, “vas a morir, ven con nosotros, el infierno tiene una plaza vacante para una chupapollas como tú”, cosas así”.
A estas alturas del relato yo ya me había empezado a poner nerviosa: efectivamente, esos sueños habían pasado por mi cabeza en los últimos días. Yo los llamaba “Cenobitas New Generation”. ¿Cómo cojones sabía Stella lo que yo había soñado? Lo más preocupante era que había afirmado que me iban a matar. Que me iban a matar fuera de los sueños.
Siguió escribiendo:
“Yo me lo tomaba a broma primero, eran sueños, tía, y además: sueños tuyos…
Espera, te explico: yo también he tenido sueños, pero todos van igual, me despierto dentro de ellos sentada en un butacón, con un mando a distancia en la mano, y una televisión tremenda delante. Enciendo, y en pantalla salen tus putos sueños. Siempre, en cierto momento, me doy cuenta de que hay un montón de peña conmigo, de que estoy en una pequeña sala de cine en realidad. Los demás espectadores son los putos monstruos: una serpiente con cara de persona y brazos, juraría que es la cara de Schwarzenegger, una especie de jabalí antropomorfo, un mondongo de tripas que se contonea… y el jefe, o el que habla, por lo menos: una cabeza de tío gordo y calvo con gafas en el cuerpo de una montaña de basura… algo así. Aunque qué te voy a contar que no hayas visto tú ya…”
Escribí: “Stella, ¿cómo demonios puedes estar soñando mis sueños?”
*
Lo siguiente, después de una conversación kilométrica, fue esta absurda estratagema sacada de Pesadilla en Elm Street: estamos en casa de Stella, con un bate de béisbol y un hacha, y pretendemos sacar a alguno de esos bichos de su sueño para cargárnoslo en esta realidad.
Nada de esto hubiese sido posible sin Franky, nuestro camello.
Nos ha pasado un cristal que él llama Espejo Azul, y que, efectivamente, es azul. Aunque ninguna de las dos se tomaba del todo en serio la absurda idea de cazar monstruos oníricos en la vigilia, el cristal nos ha dado el empujoncito de irrealidad que necesitábamos.
Quedamos la noche del viernes en el garito de siempre, donde nos ponen Ramstein si no hay mucha peña, y nos dedicamos a trasegar ginebra como si no hubiese un mañana. Allí nos encontró Franky, con su meliflua sonrisa de sátiro y con su bolsita de plástico en el bolsillo. Cambiamos euros por magia y empezamos a tomar allí mismo. No tardamos en aparecer (supongo que llegamos andando o en coche, pero el cristal hace que las escenas se sucedan como en una película) en casa de Stella, preparamos la cama, el bate, el hacha, y nos dispusimos a guerrear.
Ya habíamos jugado otras veces con nuestras alucinaciones compartidas, sabíamos lo que nos hacíamos, o casi; la diferencia era solo que en anteriores ocasiones los viajes habían sido pacíficos, como aquella vez que decidimos jugar a ser ballenas, o cuando asistimos a la cabalgata de insectos en aquel bosque de Holanda… Pero ahora nos enfrentábamos a un posible viaje chungo: monstruos de pesadilla que se nos habían metido a ambas en la cabeza.
Otra cualidad del cristal es que si decides dormirte, te duermes, y si decides lo contrario, lo mismo: te otorga una especie de fuerza de voluntad inquebrantable. Así que yo me dormí y ella se apostó, hacha en mano, a mi lado, a la espera de que yo sacase algún monstruo de mi pesadilla. Abrazaba el bate como si de una almohada se tratase.
Recuerdo mi sueño perfectamente: estaba en una fiesta de disfraces, gente con máscara, música de violines, toda esa mierda gótica estilo La máscara de la Muerte Roja. Yo iba buscando a alguien, mi amado, pensaba a veces, y otras veces me acordaba de mi misión: encontrar un monstruo, atraparlo y despertar.
Entre los pomposos danzarines me pareció ver a Stella, guapísima con un traje de película: nácar, falda amplia, corpiño muy ceñido, perlas en el cuello, tirabuzones que caían sobre los hombros y una máscara adornada de diamantes… un sueño dentro de un sueño. Normalmente, en la vigilia, no me siento atraída por mi amiga, pero en el sueño no podía quitarle la vista de encima. Ella bailaba con un hombre que llevaba una máscara negra y desagradable, más que una máscara parecía un charco de brea que flotase a la altura de su cara.
Trataba de acercarme, pero ellos giraban, cambiaban de dirección y me daban la espalda. Yo sentía la mirada sin ojos del hombre, su burla: pretendía que nunca llegara a Stella, y esta andaba como en sueños, hipnotizada, se dejaba llevar dormida…
Entonces recordé, de golpe, nuestra absurda misión, y en ese momento todos, todos y cada uno de los bailarines que me rodeaban, se transmutaron en aquellos horribles monstruos de mis sueños: endriagos nauseabundos, cosas que reptaban, sombras enroscadas sobre sí misma que me lanzaban miradas repelentes, bestias aberrantes, malformaciones llevadas al paroxismo y multiplicadas infinitamente: horror.
Noté el bate en mi mano, estaba a un paso de despertar ahora que me daba cuenta de la situación; di un paso entre la multiforme asamblea y agarré por el pescuezo algo que parecía una niña con progeria y a la vez algún tipo de simio.
Y grité para despertarme.
Al abrir los ojos vi a ese bicho repulsivo, a esa gárgola delante de mí; agarré el bate con más fuerza aún y asesté un golpe fatal. Ella se tambaleó, y en su giro postrero reveló, y con esto un horror inenarrable, un hacha en su mano, que cayó pesadamente, más por la propia fuerza centrífuga que porque estuviese atacándome, sobre mi cuello estirado.
Y ahora Stella convulsiona en el suelo mientras yo me desangro en la cama, los monstruos ríen y repiten su sentencia: “vas a morir, el infierno tiene una plaza vacante”; y el Espejo Azul se diluye en nuestra consciencia, ofreciéndonos ésta un espectáculo atroz, miserable y pueril, un accidente estúpido, un error, un juego que sale mal, el último. El último latido me suena como un acorde desafinado al final de una canción funesta.
Leer el reverso de este cuento doble
Puedes leer el reverso de este relato en la web Dentro del Monolito. Pincha en la imagen y te llevará directamente a Visio Nocturna Monstrum.
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