Relato de terror: Silbido

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Sandra Gómez Moreno nos trae un nuevo Relato de terror. Silbido tiene lugar junto a la carretera, un lugar propicio y adecuado para una historia de horror sobrenatural. Los caminos están llenos de peligros, tened cuidado y mantened los ojos bien abiertos.

SILBIDO

Sandra Gómez Moreno

Ahueco mis labios.

A veces, utilizo ambos dedos.

Nada funciona. Pero no desespero.

Tengo mucho tiempo para aprender. Demasiado tiempo.

Seguramente no sea la mejor carta de presentación para contar una historia, pero no sabía bien cómo comenzar.

Mi nombre es Ángela Saavedra. Seguramente no te suene. En ocasiones se me olvida cómo me llamo.

El 8 de diciembre iba camino hacia el trabajo. Era festivo y no me quedaba más remedio que ir a la tienda. Seguramente lo veáis como algo normal, pero lo que sucedió, no lo fue.

Vivía en un pueblo cercano a Toledo. El centro comercial me quedaba muy cerca, a unos 4 Km, así que en muchas ocasiones decidía ir andando. Existía un carril bici que partía del centro de la localidad,  pero se cortaba a una distancia de 1 Km antes de llegar a mi trabajo. Misterios de la vida.

Otra de las opciones que tenía, era coger el autobús. Por motivos que también desconocía, los buses, en la mayoría de las ocasiones, no pasaban por el parque comercial, aunque tenía parada. No lo comprendía. Te obligaban a bajar en la anterior, ya que si te quedabas en el bus, la siguiente parada se localizaba en la estación de autobuses de Toledo.

Por lo tanto, tenías que caminar por carretera un tramo de unos 800 metros ¿Cómo lo hacía? Aunque por el lado derecho había carretera, prefería cruzar al lado izquierdo de la misma para que, quienes conducían, me vieran con claridad. Caminaba lo más pegada posible al arcén para evitar posibles riesgos. Aún así la distancia entre el arcén y el asfalto era más que considerable.

Siempre iba atenta, segura y sin miedo porque, como he dicho antes, por donde andaba, los vehículos siempre me veían y circulaban con precaución.

Pero hubo un día en el que todo saltó por los aires.

Era festivo, sí. El maldito 8 de diciembre. Los horarios de autobuses se reducían drásticamente en esos días, así que no tenía otro remedio que coger el de las 14:00 horas. El conductor iba un poco despistado y casi se pasa la parada en la que me tenía que bajar. Le exclamé para que me abriera y así lo hizo.

Fui la única persona que se bajó del vehículo. Crucé y fui por el arcén camino al trabajo. Estaba de buen humor, había dejado de llover y además, al día siguiente libraba.

Hubo un momento que sucedió algo que me sacó de mi ensimismamiento. De repente, hacia mi derecha, escuché un silbido. Lo oí en un punto bastante alejado, aunque me sorprendió su intensidad. En esa dirección solo hay campo, por lo que me resultó extraño. Me giré ligeramente, pero no vi a nadie. Pensé que había sido de alguien que conducía, aunque para mi sorpresa no había nadie en la zona.

No quise darle importancia.

Seguí caminando. Me faltaba poco para salir de la carretera y meterme en el parque comercial.

Cual fue la fatalidad que el silbido que escuché en la lejanía me retumbó de repente en el oído izquierdo asustándome.

Me giré atemorizada. Ese maldito silbido hizo que me distrajera y que las ruedas de un coche quebraran cada uno de mis huesos y esperanzas.

Nadie oyó mis gritos, ni mis súplicas.

Todo el mundo hace oídos sordos a la muerte, sobre todo si de otra persona se trata.

El coche se dio a la fuga.

Desde ese terrible día, mi alma vaga perdida en este lugar viendo cómo el anciano que silba, arrebata la vida de sus víctimas.

En ese momento no le vi, pero ahora que puedo, mi único deseo es destrozar y arrancar la lengua con la que emite su estridente sonido.

Sigue actuando del mismo modo: con el primer silbido advierte sobre su presencia; con el segundo, asesina cruelmente.

Quienes mueren me ven, me piden auxilio, pero no me da tiempo a ayudarles: el anciano lleva a las almas a un lugar cuya entrada no me es permitida.

Para mi desgracia, estoy condenada a estar en el arcén que se aproxima al centro comercial intentado salvar todas aquellas personas que el silbido destruye.

Ya he visto a dos personas de mi familia morir aplastadas por un coche.

No hay mayor terror que ver el alma de alguien que amas y no poder hacer nada para ayudarla.

Desde ese día estoy aprendiendo a silbar.

No he sabido hacerlo mientras vivía, así que no me queda más remedio que hacerlo muerta.

Quizá sea la única manera de evitar que el viejo loco, siga matando.

Ahueco mis labios.

A veces, utilizo ambos dedos.

Nada funciona. Pero no desespero.

Tengo mucho tiempo para aprender. Demasiado tiempo.

Ojalá llegue el día que mi silbido sea más potente que el suyo.

FIN

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