Polvo y ruido.

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Relato de María José Bravo Moñino.

Dicen que comenzar un texto con una gran frase es un acierto asegurado. Carolina piensa que esto solo será un fracaso más que añadir a la lista de fracasos versados que componen su vida.

Cada noche, cuando el silencio abraza sus demonios, estos despiertan…

«Pero, ¿¡Qué ven mis ojos!? ¡¡Tú!! Has tenido los cojones de volver aquí. ¿Sola? Entra, lo pasaremos bien. No me mires así, tú lo quisiste de este modo, ahora no hay vuelta atrás».

Noches en las que el frío cala los huesos, ella se abraza las rodillas, sentada en el borde del colchón de una cama demasiado grande para una sola persona, buscando templar el alma.

«No creas que vas a deshacerte de mí, por más veces que me hagas protagonista de tus horas muertas. Tu lengua me da poder. Te gusta mi dureza, sino, no estarías aquí sentada, en esa cama chirriante, en este oscuro resquicio de tu mente».

Carolina oye voces por encima de su latido, pero es una sola voz la que más le atormenta. No tiene piedad. Sabe que no debería escucharla, pero no es polvo y ruido del que pueda deshacerse.

«Aquí me tienes, mejor dicho, me crees tener bajo llave. ¿Pensabas que iba a esfumarme así de rápido de tu vida? ¿Por qué te adentras en la inmensidad del mar si no sabes nadar? El no saber lo que te acecha en el fondo, te asusta, sientes pánico de tocar fondo y volver a hundirte. Como ya te ocurrió aquella vez. ¿Recuerdas?».

Sudor frío que perla la frente en la inmensidad de la boca del lobo. Carolina está muy lejos de esa cama chirriante. Las puertas de su infierno se abren para ella.

«La escarcha de la noche se clavaba en tu cuerpo entumecido cada una de las noches que tu silencio le daba poder. ¡Miedo! No temblabas por frío, no.
¿Y qué me dices de ese “acto reflejo” que te obliga a cerrar aún los ojos cuando su mano se alza? Pobrecita, ¿ya estas llorando? Ésto no ha hecho más que comenzar…».

El reloj no avanza y la noche se hace eterna. No sabe si sueña o vive, si respira o se ha convertido en bruma etérea. Solo sabe que esa voz duele.

«Estás herida, no eres una persona equilibrada. Empezaste a despreciar tu cuerpo con su verbo alcoholizado; no quisiste pararlo, nunca».

Carolina tiembla. ¿Rabia por oír la verdad? ¿Dolor al recordar lo vivido? No lo sabe, pero su alma está desgarrada.

«Vas de mal en peor: te arrodillas, te arrastras por el suelo de la habitación, prometiendo mentiras que SABES que no vas a cumplir. Nunca vas a cambiar de vida. Por más veces que tu piel cambie de tonalidad, por más veces que supliques una nueva oportunidad para ser quien no quieres ser por miedo al qué dirán; por más cortes que finjas hacerte con la depilación. Sí, como oyes. A mí no me engañas. ¿Crees que, provocándote lesiones leves vas a irte de este puto lugar?
Tú sola cavas tu propia tumba.
Ya lo dijo el cura: “Hasta que la muerte os separe”…».

Carolina se inunda en lágrimas, grita y gime como animal herido, como ser vivo que está preso en una pesadilla.

«¡Venga! ¿A qué demonios esperas? ¡¡Ódiame!! Cállame a golpes, tantos como recibiste. Dame una puñalada que me robe hasta el último aliento. Sólo deja que te muestre algo…

¿Lo ves? Ése es tu reflejo en el espejo. No soy yo quien sangra…».

El cuerpo de Carolina yace en una cama demasiado pequeña para unos sueños demasiado grandes. Su rostro refleja al fin una sonrisa. Deja atrás polvo y ruido. Carolina es libre, etérea.


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Alberto de Prado
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Esta entrada tiene un comentario

  1. FRANKY

    El polvo y el ruido, ay, esperemos que quedasen atrás de verdad, y no retornen

    (5/5)

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