Norberto Nutrias y el mercado.

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Texto finalista del II Reto Libélulas Negras de relato corto.

Autor: Hernán Fariñas Vales

Veinte meses antes de que lo visitara la policía, a Norberto Nutrias habían intentado atracarlo. Cuando lo rodearon se meó encima, sonriendo y mirando a los tipos por turnos. Nadie allí contaba con eso, y aquellos tres no tardaron mucho en empezar a dudar de si lo habían rodeado ellos a él, o había sido al contrario. Embozado en el factor sorpresa que le reportaba el incipiente caos resultante, Norberto procedió entonces a liarse a hostias con la concurrencia.

Después, a uno le quitó el tabaco, al otro no le dijo nada, y tras arrancarse un puñado de setas de la espalda, se las metió al tercero en la boca, por vacilar, porque estaban asquerosas. Después se fue a casa silbando y se metió directo en la cama, sin quitarse ni pantalones ni zapatos, y durmió a pierna suelta por primera vez en toda la semana.

Cerveza. Pitillo. Cerveza. Flema al suelo. Hay que ser capullo para que no se te haya ocurrido antes. Cerveza, dos pitillos. Fin de la cajeta.
¿Y él qué cojones sabía? Él no sabía que la gente hacía esas cosas. A él ni siquiera le gustaba la gente, y el sentimiento además era mutuo. Que le den a la gente. Aunque eran ellos los que tenían el dinero, y él estaba ya harto de colillas y de cerveza de mierda, si es que podía conseguirlas. El dinero de la gente era la clave. Y de eso él quería todo el que pudiera conseguir.

Mejor ahora que nunca, se decía.
Cállate la puta boca, se respondía.

– ¿Ties tabaco?

– No.

– ¿Coque no?

– Que no coño. Esta vez lo comprabas tú.

– Yo lo compré latra vez, Norberto, nosas cabrón eh.

– Joder, que no tengo tabaco.

– Pues con cuarentaños que ties ya podíaster tabaco, mamón.

– Vete a cagar.

– Ya fui hace cuarentaños.
Norberto estuvo a punto de claudicar y darle un pitillo a su madre, pero en su lugar soltó un eructo y se marchó de casa a fumarse un cigarro.

Se enteró por casualidad en la puerta de un colegio, amenazando niños. El horario de desempleado a duras penas le permitía levantarse con el tiempo contado para hacer la ronda de colegios, sudando para llegar justo cuando salían los minicerdos para irse a comer.

– ¿Las setas?

– Sí.

– ¿Las de mi espalda?

– Sí.

– ¿Y dices que por cuánto?

A Norberto Nutrias le costaba creer que aquel fulano con la sonrisa en cabestrillo no le estuviera timando, pero al mismo tiempo notaba los pelos de las orejas, y los pelos de la nariz, y las setas de su espalda erizándose como antenas parabólicas, como si todo su cuerpo se concentrara en sintonizar lo mejor posible la señal que le estaban transmitiendo. Pidió quinientas pesetas, por si colaba. Coló. Y así fue como Norberto le vendió un puñado de las setas de su espalda a uno de aquello tres tipos de la semana pasada.

Hachís sí. Cigarrillos también, claro. Y cerveza. Y whisky y cocaína y toda esa mierda. ¿Pero también con setas? ¿Desde cuándo? A Norberto le daba la sensación de que todo el mundo había sido invitado a una fiesta de la que él no tenía ni idea, y se sintió traicionado. ¿Con setas como las de su espalda? ¿Y había tardado cuarenta años en enterarse? Con las 500 pesetas en la mano, salivando pero también pensando en todos aquellos fajos de dinero que nunca había tenido y que podría haber tenido, Norberto sintió algo muy parecido al fracaso.

– Petues gipollas.
Norberto hizo un ruido con la boca.

– ¿A quinientos lascobras?
Norberto rumió algo entre dientes.

– ¿Y nopues cobrar más?
Norberto no dijo nada.

– ¿Noteseabía ocurrido, aque no?
Norberto se revolvió en el sofá, la vista fija en una de las manchas del techo.

– ¿Noves como tues gipollas?
Norberto tuvo la incómoda sensación, clavada como un manillar de bicicleta en las costillas,
de que en aquello estaba de acuerdo con su madre.

El cielo se derretía. Su cuerpo ascendía, ligero como el helio. Aquel paisaje explotaba entre colores, iridiscente y hecho de gasolina, lo engullía en su arcoiris. El mundo ascendía con él. Las casas, los árboles, los coches. De su boca surgían manantiales, palomas, dos libélulas negras, dos almas conectadas alzando el vuelo. El cielo se lo tragaba y él era feliz, más feliz de lo que lo había sido en su vida.
Se despertó gritando, sudando, sin entender dónde estaba. Después se tocó las setas y sus pulmones se desinflaron con estruendo, liberando estrés y alivio a partes iguales. Después estuvo dos horas despierto. Después se durmió de nuevo.

Cuando las cosas carburaron, carburaron a fondo. Nadie tenía una mercancía como aquella, unas setas como aquellas. Durante los siguientes quince meses, como una corriente de agua dinamitando terreno virgen, el rumor arrasó en los mentideros. Primero cuatro hippies. Después dieciséis. Después doscientos cincuenta y seis. Llegaron los bakalas, los moteros, los banqueros; las colas en la puerta de su casa, ignífugas ante los elementos. Las tiendas de campaña que habían colonizado los parques colindantes tenían ya puestos de refrescos y hasta sus propios aparcamientos.
El calibre de aquellas setas era como el napalm, te abrasaban el cerebro y hasta las pestañas. Primero venía gente de Zamora, de Granada. Después gente de París, de Tokio, de Berlín.
Norberto se compró una báscula, se compró una calculadora. El medio puñado a diez mil, si te parece mucho te vas a tomar por culo. Su madre y él ahora fumaban Ducados a dos carrillos, bebían la Mahou bien fría.
Legalmente inimputable, la mercancía de Norberto anidaba en un confortable vacío legal en el que no se prohibía explícitamente su venta, al menos mientras no ilegalizaran al propio Norberto. Él a veces pensaba al respecto, fantaseando con el concepto. Desde la ventana, Norberto los miraba y fumaba, pensando en todo el dinero que había dejado de ganar, viviendo como un pringao. Después les escupía una flema por la ventana y
les gritaba que ahora el medio puñado estaba a veinte mil.

– Yo ese tío no sé quién era.

– Hombre, de algo te sonaría.

– ¿Por?

– Trabajabais en lo mismo, ¿no?

– Yo no tengo trabajo.

– Eso no es lo que hemos oído.
Norberto miró a los maderos, simétricos en sus sillas como un par de testigos de Jehová intentando hacerse los duros, y pensó en cuánto le habría gustado hacer chocar sus cabezas como si fueran dos cocos.
Aquello tenía mala pinta, se dijo.
Muy mala pinta. Cuando diriges un monopolio no te gusta oír hablar de competencia. Y Danilo Cocinero era
la competencia.
Se le había presentado un día en casa, sonriendo mucho, hablando mucho, proponiéndole muchos tratos. Le enseñó el pecho rebosante de setas, más del doble de las que tenía Norberto en la espalda.

– Norbertito, piénsalo coño. A medias los dos. Te sale bastante más a cuenta que que te quite la mitad de los clientes, eso seguro.
Resoplando y rumiando, pensando en todo ese dinero que nunca tuvo, Norbertito no dijo nada.

Flotaba en un mar de terciopelo rosa, un mar cálido como un abrazo. Lo mecían las olas. En lo alto el cielo estaba en calma, su paz perturbada tan solo por el vuelo de mariposas, de nubes que eran tan benévolas como eternas. Si algún lugar era el mejor lugar del mundo, tenía que ser allí cerca.

Entró de cuajo en la vigilia, derrapando, vomitando el corazón por la boca, las sienes palpitando como mangueras. Acurrucado en la cama, cubierto en sudor frío, Norberto no volvió a pegar ojo hasta pasadas las doce de la mañana.

– Se habrá ido de vacaciones, a mí qué me cuentas.

– Nos consta que ha desaparecido.

– Y a mí qué me cuentas.

– Nutrias, no me jodas. Cocinero lleva desaparecido cuatro meses y tú te estás forrando más que nunca.

– Lo dicho, a mí qué me cuentas.

– Esto lo vamos a seguir discutiendo.
Norberto se encogió de hombros. En retrospectiva, una vez que el asunto se resolvió por sí solo, no había sido necesario tanto preocuparse. Cuando Danilo llamó a su abuela desde un pueblo dominicano los ánimos se relajaron un poco. Estaba bien, estaba a gusto. Caso aparcado.
Los negocios siguieron su curso, la producción aumentando a marchas forzadas. Ciento cincuenta mil el cuarto de kilo. Hasta agosto del año que viene no se garantiza el envío. Sí, incluye IVA. No, no se acepta metálico.

– ¿Lasdao ya decomer?

– Te tocaba a… mah, da igual.
Silbando, Norberto cogió una lata de alubias y media barra de pan del lunes, dura como un garrote, y bajó los peldaños del sótano a zancadas.

– A ver, Danilitio, la cena. Y pasado mañana cosechamos, así que ponte las pilas y no me vengas otra vez con mamonadas.
Después echó de nuevo el pestillo y se encendió un pitillo. Sin pensar ya casi en el dinero nunca conseguido, Norberto Nutrias sonrió con la sonrisa de oreja del que lleva meses durmiendo a pierna suelta.


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Alberto de Prado
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Esta entrada tiene 2 comentarios

  1. Bruja del Sur

    Muy original y con un gran trasfondo 👏👏👏
    ¡¡Enhorabuena!!

    (5/5)
  2. Laura

    Me ha encantado. Curioso y divertido.

    (5/5)

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