Marca del insecto.

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Texto finalista del II Reto Libélulas Negras de relato corto.

Autor: Fernando Gómez

Imagen: Mujer-Libélula de René Lalique

—Perdona, señorita. —dijo una dulce voz al otro lado, rompiendo el silencio del carro y sacándome de mis pensamientos.

Parpadeé varias veces, volviendo a la realidad. Fue cuando vi a la pequeña niña morena de nariz respingona mirándome entre el resto de pasajeros. Me estaba señalando.

¿A mí? ¿Por qué? 

Después señaló hacia abajo. Agaché la mirada y lo encontré. Contra mi pie se había topado una bola de tela, con dos botones negros cosidos para formar unos ojos. Debía ser su juguete. Lo cogí del suelo y estiré el brazo entre la malhumorada multitud para llegar hasta ella… Al instante todas las personas contuvieron la respiración. Los que estaban más cerca se separaron de una forma nada disimulada, y la madre se levantó corriendo del asiento para coger a su pequeña.

—¡Grasias! —dijo con su juguete entre las manos, regalándome una mellada sonrisa.

Levanté la comisura del labio con una pequeña mueca a modo de respuesta, mientras colocaba de nuevo la manga y así ocultar el tatuaje que tan mala fama me está causando. Lo han apodado como la ‘Marca del Insecto’, pero solo se sabe que: Es un símbolo que aparece en tu cuerpo con la forma de un insecto, y quién lo posee es capaz de desarrollar habilidades sobrehumanas. O eso es lo que debería suceder, porque mi marca no sirve de nada. Estaba en la parte interna de mi antebrazo se podían ver dos óvalos a los lados de una línea, dispuestos para formar una punta de flecha.

Miles de rumores rodean estas marcas: Que si están relacionados con el Príncipe de Ocho Patas, que si es un experimento de una maga azul que había enloquecido, o lo contrario, y trataba de crear un ejército de superpersonas. Pero por eso me encuentro en este carro, buscando alguna pista que me lleve a descubrir algo más.

—Bam—

El carro paró de sopetón, haciéndonos a todos caer a un lado. Desde fuera se podía escuchar al conductor tratando de calmar a los alterados caballos, asustados por culpa del impacto.

—¿Qué ha pasado? —gritó un pasajero enfadado.

—Primero una infectada, y ahora esto. —dijo otra mujer escupiendo cada palabra y mirándome con odio.

—¡Ha caído algo en el camino! —anunció el conductor haciendo el esfuerzo de calmar los caballos. —¡Pero no podremos continuar si nadie me ayuda!

Vamos, que quiere que alguien salga. De pronto se hizo el silencio. Giré mi cabeza para mirar a todos los pasajeros, con un semblante serio e incriminatorio. Estaba claro quién era para ellos la voluntaria para salir.

—Ya voy, ya. —dije liberando un pequeño suspiro.

Salí del carro con un pequeño salto y cogí uno de los faroles que colgaban de los laterales. Me coloqué junto al conductor, que con su mirada clarificó que no le preocupaba si no volvía. Suspiré. Eso es lo que me ha dado la mierda de la marca, repudia, y encima, sin obtener habilidades especiales. Pasé junto a los calmados caballos y avancé por el oscuro camino. Sostenía todo lo alto que podía el farol, mientras mantenía mis dedos con firmeza en el mango del cuchillo escondido a mi espalda.

—¿Hola? —pregunté bastante asustada, confiando en que se tratara de un animal y huyera en cuanto me acercara…

Pero lo que había tendido era algo mucho más grande que un animal.

—Mierda, mierda, mierda. —repetí una y otra vez mientras corría hacia la persona tendida en el suelo.

—Hu…ye… —susurró la mujer casi sin voz, escupiendo la sangre que llenaba su boca.

—No se preocupe, aguante. —dije hincando la rodilla a su lado, pasando el farol por encima para iluminarla y determinar su estado…

Sus piernas desnudas estaban llenas de cortes ensangrentados, al igual que su tronco semidesnudo. Sin embargo, la peor parte estaba más arriba. Habían cortado casi la totalidad de su brazo izquierdo, con la excepción de su hombro, y el tajo debió ser de tal magnitud que también había perdido el ojo de ese lado, con toda esa parte del rostro lleno de sangre.

—Hu…ye…—repitió, con una pequeña sonrisa, consciente de su inminente final.

Pero, en vez de rendirse, levantó su mano para acariciar mi mejilla, limpiando una lágrima que había caído… Fue entonces cuando lo vi. Agarré su mano y la giré, desvelando la Marca de Insecto que tenía en su muñeca: Un circulo en el centro de dos óvalos. ¡Era ella! Dejé el farol en el suelo y coloqué mi marca junto a la suya. ¡Al fin lo comprendí!

—Dos libélulas negras, dos almas conectadas alzando el vuelo. —narré la leyenda que aquella maga azul me dijo en el instante que me lanzó la maldición.

En efecto, la marca formaba una libélula, pero, ¿por qué éramos dos?

—Mátame. —dijo de pronto la mujer.

—No… —intenté negarme, pero ni siquiera podía mentirla diciendo que se iba a recuperar.

Lejos de rendirse, agarró mi muñeca para formar de nuevo la marca.

—La leyenda… —masculló con sus dientes llenos de sangre. —¡Hazlo!

No dudó en sus palabras, apretando con más fuerza y mirándome con su ojo azul lleno de determinación. Yo dudé. Mucho. ¿Tendrá razón? Saqué mi cuchillo y lo sostuve sobre ella. Fue cuando se cerró de nuevo el ojo, relajando todos los músculos…

—Crackcrack—

El sonido de varios árboles cayendo a mi espalda me hizo detener, captando mi atención. Ni siquiera hacía viento, ¿cómo?

—¡Ya viene! —gritó la joven volviendo a abrir los ojos. —¡VAMOS!

No pude reaccionar antes de que agarrara mis manos con fuerza y, sin pensarlo, empujó el cuchillo contra su corazón. La hoja no encontró resistencia, asestando la mortal puñalada.

Pero el ruido de los árboles rompiéndose se iba acercando cada vez más rápido, asustando a los caballos. ¿Qué narices era eso? Desvié un momento la atención de la difunta en dirección al bosque de dónde venía el ruido…

De pronto, un tronco se redujo a astillas en el momento que una masa negra lo atravesó sin esfuerzo. Apenas me dio tiempo para saltar a un lado, quitándome de su trayectoria. Pasó a mi lado como una fuerza imparable de la naturaleza, arrasando todo lo que había en su camino y… Se detuvo.

¡Mierda, el cadáver! Pero cuando bajé la mirada, y después busqué en todas direcciones, ya no estaba. ¿Qué estaba pasando? Primero esa chica malherida y ahora esa bola negra que… ¿se estaba riendo? Sí. En el silencio de la noche podía escuchar con claridad su pesada risa, mientras la mole negra se iba girando. Hasta ese momento no había caído, pero en cuanto vi el reflejo de la luz en su piel y el gran cuerno que ascendía de su frente, lo entendí mejor.

—Vaya, no esperaba encontrarme otra infectada. —dijo con voz grave el hombre—escarabajo, mirándome con una extraña sonrisa en su rostro bajo las placas de queratina. —Hoy es nuestro día de suerte. —Comenzó a caminar en mi dirección, abriendo y cerrando sus enormes dedos. —No te muevas, seré rápido…

No terminó su frase cuando se abalanzó contra mí. Di un paso hacia atrás para tratar de alejarme, pero al instante tenía su puño del tamaño de mi cabeza a pocos centímetros de mi cara… Y cerré los ojos.

Vale, estaba muerta, así que daba igual que cerrara o no los ojos, ¿no?

—Maldita. —gruño el gigante con esfuerzo. ¿Se refería a mí?

Cuando abrí los ojos comprobé que no. Una pequeña mano negra con afilados dedos detuvo el gran puño del escarabajo. Seguí con la mirada las pequeñas líneas blancas que salían de entre sus dedos y cruzaban su queratinoso brazo humano hasta detenerse en el hombro de la que hasta ahora era la difunta mujer.

—Gracias, princesa. —susurró con cariño.

Su rostro también había cambiado. La mitad derecha estaba en perfectas condiciones, sin rastro alguno de magulladuras y sangre. Sin embargo, la parte izquierda, que antes estaba destrozada, ahora se encontraba cubierta por una capa de quitina negra con largas líneas blancas que se unían a las del hombro, y terminaban en su ojo ahora negro.

Ni siquiera pude responder cuando aplastó la mano del escarabajo gigante como si fuera una fruta. Pude escuchar el grito de dolor, pero mi compañera no se detuvo ahí y usó su muñeca como apoyo y levantó su cuerpo hasta ponerse vertical. Cuando el escarabajo trató de agarrarla con la otra mano, se impulsó con su brazo de insecto y se elevó varios metros de altura. Seguí su ágil cuerpo rotando en el aire por encima del escarabajo, quien giraba con lentitud…

De pronto, todos sus movimientos cesaron, liberando un extraño líquido de su boca. Yo permanecí en silencio, mirando los dedos negros asomar por el pecho del escarabajo, y luego volver a desaparecer, dejando el hueco de su corazón perforado. La mole cayó al suelo, y la mujer que antes apuñalé seguía en pie, con su brazo derecho en alto para mostrarme la Marca de la Libélula al fin completa.


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Alberto de Prado
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Esta entrada tiene un comentario

  1. Bruja del Sur

    Tengo la intuición de que volveremos a ver esa marca en otro de tus textos... 🤔😏

    (5/5)

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