A veces me paseo, montado en mi Kindle, por títulos y autores. Busco sobre todo una sensación, un pálpito, dejándome llevar tan solo por título, portada y nombre del autor. Pero desconocidos, me refiero, siempre desconocidos; busco en los catálogos parias, en la desmemoria del desolvido (ya paro).
Buscando a los descalzos
Tal vez busco gente afín, o tal vez sencillamente literatura que me sirva para llenar mi tiempo con calidad y alegría hasta que la flaca tuerta venga a llevarme.
Es cierto que de tanto en tanto me llevo un chasco, pero con dejar de leer se quita esa enfermedad: cuando no aguanto un libro, por lo que sea, lo desecho. Y a tomar por culo, joder. No conservo excesiva memoria de estos, así como tú, oh, lector, no recuerdas cada mierda que pisaste en el camino de la vida. No sirve recordar estas vicisitudes oprobiosas: como las trae, se las vuelve a llevar el Monk Eastman de turno.
A lo que iba. Leo mucho, como el loco Quijano, así que esto de los vagabundeos literarios debe formar parte de mi vicio. Hoy voy a hablar de dos libritos que encontré este fin de semana y leí con placer: uno el viernes y otro el sábado:
Tras el muro, de Luis Bermer. Y La tumba del niño, de Eugenio Prados.
Tras el muro
Ah, qué divertido. Con este me remito a una teoría mía infalible para clasificar lecturas: ¿darían un buen episodio de Historias de la cripta? ¿Sí? Pues entonces, ya solo por eso, son buena cosa.
¡A leer!
Este daría un fantástico episodio presentado por el guardián. No es original, en el sentido de que nada nuevo nos trae; tampoco es genial (palabra que yo, no como muchos de mis estúpidos coetáneos, no uso a la ligera); y sin embargo, tiene esa cosa que te hace no parar de leer hasta que lo terminas. Es de aire ciertamente lovecraftiano, ágil y oscuro. Por tanto: me gusta.
La tumba del niño.
Este me ha gustado más que el anterior. Es, en verdad, nivola más que novela, con un punto kafkiano, un ritmo pausado pero paradójicamente trepidante, y el punto que dije antes a favor: daría para otro episodio de Historias de la cripta. Tal vez no tan bueno, como episodio, como Tras el muro, pero perfectamente correcto.
Otra cosa: estos dos libros estaban gratis para descargar en Kindle… Yo mismo tengo algunos de mis libros gratis en Kindle Unlimited, porque, claro: somos, Luis, Eugenio y yo, unos donnadies, unos sin nombre, somos de los Descalzos… ay, sí, que he titulado este articulillo así, Los Descalzos. Esto hace referencia a una canción sobre los parias de Julieta Venegas. Quien tenga oídos, escúchela.
No puedo dejar de recordar que en uno de estos vagabundeos por bibliotecas digitales conocí al magnífico Cecilio Gamaza, y en otro a mi querido Román Sanz Mouta, otros dos Descalzos. Fue conocerlos a los dos y seguir buscando cualquier otra cosa de ellos, hasta el punto de que hoy puedo llamar amigos a ambos, habiendo tenido, incluso, el honor de una visita de Román a mi casa. Estas son cosas maravillosas de la literatura, y de la vida.
Por estas cosas, quería recomendar a mis sempiternos cuatro gatos: no os quedéis con lo conocido, ni con lo que os meten entre ceja y ceja: imitad a aquel maravilloso personaje de Poe y salid a deambular en procura de nuevos autores, de libros que esperan a que os tropecéis con ellos para abrir en vuestra mente otra sima, para ahondar en vuestras fosas abisales (y ya de paso meter allí más monstruos), para expandir vuestros universos.
Podéis ir en paz.
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