La verdad sobre el caso Pinocho

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La novela de “Las aventuras de Pinocho”, escrita por el autor italiano Carlo Collodi, no estaba en origen dirigida a un público infantil. Sin embargo, las versiones posteriores han transformado la historia concebida por su autor en algo anodino (y dulcificado hasta la naúsea en el caso de la de Disney). Esta es la verdad sobre el caso Pinocho y no es el único ejemplo.


Nuevas invectivas

Hace cosa de un mes mi hijo vio la nueva versión de Pinocho que el fantástico y fantasioso Guillermo Del Toro ha hecho. Mi pequeñín, al cabo influenciado por mi maledicencia inveterada desde que nació, no soporta la prostitución infantil waldisneyana, y el fantoche del Pinocho “clásico” (como a algún pobre descerebrado y mastuerzo he oído decir) de Disney le resulta de todo punto inaguantable; pero la de Del Toro, claro, le gustó. De hecho es un pequeño experto mi primogénito en cierta parte de la obra del señor Del Toro; aunque no vengo a hablar de él.

El Pinocho de Collodi

Cuando vi su interés por la obra, y como suelo hacer en estos casos, me dirigí raudo a mi desastrosa y enorme biblioteca a buscar algún tomo del Pinocho original de Collodi, y después de encontrar uno que buscaba precisamente, lo dejé, como quien no quiere la cosa, tirado por casa, para que mi joven vástago diera con él.

(Ya hace un par de meses sucedió idéntico teatrillo cuando vimos Miércoles, la serie de la niña pedorra esa que baila como una gaznápira insoportable y traiciona vilmente las atribuciones originales que al personaje le fueron otorgadas por su autor, al que por otra parte la serie se la traería muy floja…

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En fin, que leyó mi hijo el compendio de Valdemar de las tiras cómicas de Charles Addams y quedó encantado, descubriendo algunos chistes de humor afilado que me indican que a no mucho tardar podrá disfrutar del humor de Bierce y de Poe, por ejemplo).

La cosa es que Bastian encontró el libro de Pinocho y me miró con suspicacia. Yo hice como que seguía leyendo el Conde Lucanor y vi con emoción patética cómo mi hijo se sentaba, se tiraba más bien, en su maltrecho hueco del sofá para ponerse a fagocitar caracteres latinos.

Se lo ha terminado en apenas una semana, lo ha leído (he sido testigo de ello) con fascinación. Y esto, señores, es absoluta, cabal y totalmente suficiente. ¿A qué dar a nuestros hijos un libro “didáctico” si esa supuesta didascalia está vestida sin gracia literaria, sin aventura, sin sueños, sin verdadera fantasía? Ya me he enervado otra vez, esperad que me ponga la dichosa pastillita bajo la lengua y sigo:

La literatura infantil y juvenil.

La cosa es que como padre amante de mis hijos que soy, me preocupa sobremanera lo que leen, lo que consumen en general, desde películas y charadas en Youtube hasta los alimentos… Y hay cosas, ay, que claman al cielo, como dirían nuestros abuelos: una de ellas son los supuestos libros infantiles y juveniles. Huid de esta peste. Vade retro editorial.

Ya en mis tiempos mozos descubrí con asco (un asco que prefiguraba la náusea sartreana que conocería de adolescente) que algunos de los libros con los que me topaba eran “versiones resumidas”, y clamé (lo recuerdo perfectamente) prefigurando yo ahora mi futuro descubrimiento del antementado Bierce: ¡¿pueden suceder tales cosas?! Y la respuesta es que no solo pueden, sino que suceden constantemente, y cada vez peor. ¿A quién diablos se le ocurre resumir un libro y ponerlo a la venta como si fuese el libro original? No es una cuestión retórica, debéis responder a coro conmigo: a un imbécil de tomo y lomo; a un desalmado.

Pero peor aún es que se ponga como excusa para llevar a cabo este acto vil que “es que lo hacemos para que lo entiendan los niños…” ¿Pero cuándo, cuándo diantres vamos a dejar (vais) de tratar a los niños como botarates? ¿No veis que al tratarlos como zoquetes lo que hacéis es convertirlos en zoquetes? O en burros, como le pasaba a la marioneta de Geppetto.

Los otros casos Pinocho

Recientemente he leído el maravilloso libro de Juan de Dios Garduño El hijo del Misisipi (del que tendréis noticias mías pronto), y en él he encontrado aventuras y juegos literarios, he encontrado odio, rabia, frustración, amor reverencial, he encontrado de todo lo que se encuentra uno en Julio Verne, en Poe, en Stevenson, en London, ¡en Twain! y ¿sabéis lo que no he encontrado entre las páginas de esta Obra Magna? No he encontrado entre sus páginas ningún puto afán didáctico. Sencillamente por lo que ya advertí arriba: es peste.

Y por estas consideraciones que me hago y que hago en casa en voz alta constantemente (vivir conmigo es, en ocasiones, vivir con un aristón imparable de eternos artículos machacones –lo siento, querida familia) es que me dirigí de nuevo raudo a mi desastrosa y enorme biblioteca y seleccioné una veintena de títulos (Jekyll y Hyde, De la Tierra a la Luna, Huckellberry Finn, Tom Sawyer, La Flecha Negra, Las Leyendas de Bécquer, Colmillo Blanco, 20.000 leguas de viaje submarino…) y le encomendé a mi lectorcito leerlas todas, o las que le apetecieren, durante este año, con mi compromiso de releerlas también yo; pues aunque la lectura, como el onanismo, es un vicio solitario casi siempre, no podemos negar que encontrar a otra persona que ha leído el mismo libro que tú, y que además le ha parecido tan maravilloso (u horrible) como a ti, es de las cosas más bonitas que nos ofrece la a menudo irritante interacción social.

Literatura idiotizante para niños

¡Ah! Casi me olvidaba de criticar la moderna literatura infantil o juvenil… pero al cabo no tenéis más que visitar la sección pertinente en una librería: apesta. Títulos absurdos, rimas rimbombantes, faltas flagrantes también… muñequitos sin gracia, asexuados e idiotas. El imperio de Walt Disney y de los dibujitos de modaConsumismo pornográfico para idiotizar niños. No lo condeno, por supuesto, todo, pero sí casi todo: yo leí de zagal La isla del tesoro y Robinson Crusoe: ¿las recomiendan hoy los “profes” (o se dice “progres”)?

¡Ah, quiá, quiá; voy a tomarme otro whisky (a deshoras, como Aparicio), y voy a leer un rato antes de que se me atragante un improperio y no sirvan ni las pastillas bajo la lengua para templar tal destemplanza!


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Francisco Santos Muñoz Rico
REDACTOR | Website | + posts

Esta entrada tiene 12 comentarios

    1. FRANKY

      sí, Juan, la lista es larga

      (5/5)
  1. estelix

    Jajajaja quía quía! (LLORO) a mi hijo de 16 años en el instituto le mandan a leer grandes clásicos pero de ANAYA (versión moderna) como si no fuera capaz de leer un puñetero libro de hace 100 años, ni siquiera le haría falta un diccionario ya que tiene a su amigo fiel "Google". En fin yo disfruté de Don Juan Tenorio a su edad y ni tal mal, el caso es que no tengan que pensar ni comprender, les vaya a explotar la cabeza. TaK

    (5/5)
    1. FRANKY

      En tu caso, como en el mío, tu hijo tiene la suerte de tener una madre que alienta su inteligencia y su imaginación. OTROS POBRES SOLO TIENEN TV Y FURBOL (ASÍ PRONUNCIADO)

      (5/5)
  2. Manu Yojinbo

    Sólo tú podías meter a tu hijo y el concepto onanismo en un mismo artículo y hacer que suene bien.
    Magnífico, hay que seguir luchando contra la idiotización.

    (5/5)
    1. FRANKY

      Al menos para mantenerla a raya!!!!

      (5/5)
  3. Daniel Aragonés

    Qué decirte, amigo, cuántas obras leí por mi cuenta y riesgo, muchas son las mismas de las que hablas, incluidas las versiones sin edulcorar de cuentos clásicos, y por supuesto, la maravillosa Isla del tesoro del gran Stevenson, grande entre las grandes. Hoy por hoy, quieren que nuestros hijos caigan al abismo de la estupidez y mueran sin leer El hobbit, cualquier obra de Jules Verne o al mencionado Stevenson. Todo pasado por agua, pelado, y roto en esencia. Yo con 16 leía a Bukowski, Kerouac, Burroughs, Poe, Céline, Lovecraft, Bierce, Machen y venía de un Barba negra que secuestraba mujeres, las mataba y encerraba en una habitación de su casa. En fin, ¿a dónde vamos? No lo sé, pero que no cuenten conmigo, yo sigo buscando lo auténtico.

    Excelente artículo, muy bueno.

    (5/5)
    1. FRANKY

      somos nuestro propio antídoto.

      (5/5)
  4. Laura

    Qué bien te vino Pinocho para despotricar un poco.
    Me toca,
    mi gran lectora y combativa hermana mayor está en lucha con una progre femininazi (o como se escriba) por las lecturas de literatura galega, está bien que incluyan algo de diversidad pero ¿todo? El chaval le está cogiendo asco hasta a la muñeca de trapo de la prima.
    Ala, ya lo solté, ya os contaré cómo termina la batalla.
    Y en cuanto a la literatura infantil, más de lo mismo, mercado copado por dos editoriales chupiguays que me dejan tiesa cada trimestre, con formatos poco manejables y de contenido chupiguay también.
    Me consuela que, al menos, se atisva esa semilla de amor por la lectura.

    (5/5)
    1. FRANKY

      Laura! lo chupiguay apesta. Estoy pensando en escribir un libro infantil!!
      Os reitores deberían incluír lecturas en galego, castelán e chinés, lingua do futuro, carajo

      (5/5)
  5. Marina

    😻

    (5/5)
    1. FRANKY

      yo también Miau

      (5/5)

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