Ya tenemos aquí «La sangre siempre», de Ana Gomila Domenech. Es el sexto caso del ex comisario Caravaggio, y curiosamente tal vez ahora voy a hablar mucho menos de él que en anteriores artículos y reseñas al respecto.
La vida es rara. El amor, más.
He mencionado las virtudes y aciertos de los libros precedentes y en este solo hay más virtudes y más aciertos, así que no redundaré en lo del buen gusto, en lo del savoir faire, en su comicidad, en el aire a novela policíaca clásica… Dejemos eso como ya dicho y pasemos a lo que más me ha gustado, acaso, de esta última entrega. Acompáñenme para ello al siguiente parágrafo:
Hay un tipo de literatura, un tipo de historia en general, puede estar en un libro, en una película, en un cuento que te han contado mil veces en la cama, un tipo de historia que te hace sentir como en casa, a mí me pasa con Northen exposure –aka Doctor en Alaska, por ejemplo, con El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde, o con cualquiera de los libros de mi amado y admirado Jules Verne.
Pues bien, Ana ha conseguido generarme esta sensación con sus libros, y leyendo este último me sentía, esa es la palabra: cómodo, como andando un camino mil veces recorrido (mas no por ello aburrido ni desagradable, todo lo contrario). Así que ahora podría volver a cualquiera de los casos de Caravaggio con igual alegría, delectación, que vuelvo cíclicamente a Un paseo invernal, de Thoreau. Puede que esto sea lo mejor que me he encontrado en el libro: esa sensación.

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Veis, si es que ya casi no tengo mucho más que decir. Bueno, añadamos algo: hasta ahora había advertido “no es necesario haber leído los anteriores libros ni en el orden cronológico preciso”, pero con este no. No digo que no pueda entenderse el libro de por sí, ni que la historia no se cierre sobre sí misma (como debe una buena historia de detectives), pero no es lo mismo conocer de antes a Croydon y a Beppe que topar con ellos de repente. Mejor empezar por el principio para, una vez llegados a este punto, a este nuevo caso, disfrutar de ello (de ellos) con la amplitud que merecen, la que da la vieja amistad.
Esto último que he dicho, conocer a Croydon y a Beppe, me da pie a exponer otro punto importante: no es Caravaggio ahora el protagonista absoluto, hay un tandem Beppe-Croydon (a Croydon lo conocimos en otro libro y se quedó por aquí); y son un contrapunto el uno del otro muy bien compenetrados. De hecho creo que entiendo la razón del éxito de este par: los dos personajes son Ana, su Jeckyll y su Hyde, por decirlo así.
Las demás obsesiones y manías de Ana Gomila siguen por aquí, los juegos de citas y referencias, los posibles McGuffin (quién sabe dónde andarán), la socarronería, la sensibilidad exacerbada, la pasión por Turquía y la música turca…
La trama, como acostumbra, parece por momentos lo de menos, y las correrías de los personajes a veces te hacen, incluso, olvidar el asunto que se supone nos ha traído a una novela policíaca: el crimen. Aunque sigue ahí, tranquilos, no hay manera de quitárnoslo de encima, ay, la sangre, la sangre siempre.
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