El sueño del emperador era reunir todos aquellos reinos bajo su corona. No pudo conseguirlo en vida y las esperanzas depositadas en su hijo primogénito se vieron truncadas con la temprana muerte del infante, antes de poder acceder al trono imperial.
El viejo rey se vio obligado a hacer algo insólito, nombrar a su hija legítima sucesora, un hecho sin precedentes que provocó división de opiniones entre la nobleza y el clero.
La nueva reina, sería coronada en el año 1109, a los 28 años de edad. Para entonces, tenía ya un hijo de siete años y era viuda. Su padre al nombrarla sucesora le obligó a casarse con el monarca del otro reino cristiano más poderoso.
Sin embargo, el matrimonio fue un infierno de cinco años de maltratos físicos y psicológicos. Ambos esposos llegaron a enfrentar sus ejércitos en el campo de batalla en varias ocasiones.
Las crónicas la llamaron “Temeraria” y cargaron contra la figura de una mujer que no se doblegaba al papel que aquella sociedad reservaba a las mujeres.
Otras fuentes darían fe de la energía, el carácter, la independencia y la constancia de la reina. Cuando alguien osaba cuestionar su autoridad y preguntaba por el rey, no dudaba en responder “El rey soy yo”.
De nuevo sucedió un hecho sorprendente para aquellos tiempos, la reina se apoyó en la Iglesia hasta conseguir la nulidad del matrimonio. Temiendo por su vida y la de su hijo, se refugió en una importante ciudad que le era fiel.
Liberada de su esposo, logró alzarse con el control del reino. Gracias a su habilidad política, su decisión y su valentía consiguió atraer a su causa los magnates más poderosos del reino, pero sin volver a casarse ni someterse a la autoridad de un esposo.
El 8 de marzo de 1126 moriría Urraca I,
reina de León, emperatriz de toda Hispania y primera reina no consorte de Europa.
El retrato de la reina Urraca I de León es de José María Rodríguez de Losada (1892-1894).
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Curiosidades como esta son para actuar sin pararse a mirar el reloj. Ojalá llegue el día que no sea necesario recordarlo.