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“Inspector Zombie Haden”
Relato de Fernando Gómez
—Oh, no, él no —musitó con cara de asco la policía Blake, torciendo su cosida nariz en cuanto captó el intenso olor.
—¿A qué mierdas huele? —gruño su compañero Trask, siendo mucho más exagerado en sus gestos, pinzando su nariz con dos dedos. Gesto casi imposible para un licántropo.
—A federales —Blake hizo un pequeño movimiento de cabeza para señala en la dirección de la que provenía el olor.
En cuanto Trask le vio, gruño con creciente intensidad, haciendo temblar sus labios para mostrar sus afilados colmillos. Por supuesto, nada de eso le afectó a su visita.
—Este caso es nuestro, Haden —indicó Blake agarrando con fuerza el cordón policial. —Así que ya puedes mover tu pútrido trasero y largarte de aquí.
—Grandes palabras para una niña como tú —Apenas movió la boca para hablar con voz cavernosa, carente de cuerdas vocales, y soltando el humo de su cigarro por el hueco de sus dientes, a la vista tras la mejilla derecha arrancada.
—Ya la has oído, cadáver. Lárgate o…
No pudo terminar la frase cuando el policía federal metió sus dedos ennegrecidos por la nicotina en los dos orificios olfativos del hocico del hombre-lobo. Sacó del interior de su gabardina su cartera y con la otra mano la desplegó a pocos centímetros del brillante ojo izquierdo de su presa.
—Ahora mismo este caso es mío, cachorrito —escupió sus palabras ocultas bajo una nube de humo, manteniendo su placa en alto—. No quiero problemas y tener que echaros de aquí a patadas, aunque si os lo proponéis —Desvió su fría y seca mirada a Blake, que no perdía detalle de cómo acababa de dominar a su compañero peludo de dos metros de musculo y pelo con solo dos dedos. —, estaré encantado de daros una patada en el culo para que os larguéis de mi caso.
Todos los que conocen al inspector Haden saben que cumple con su palabra, y la falta de miedo le convertía en uno de los mejores en su trabajo. Mostrando su resignación en forma de un profundo suspiro, Blake se apartó a un lado y levantó el cordón policial.
—Tienes quince minutos —indicó la policía sin perder de vista como liberaba las fosas nasales de su compañero, que al momento las acarició y empezó a toser por culpa del dolor y el abundante olor a nicotina—. Procura no molestar al forense.
—¡Joder! ¡Lo tengo hasta en el paladar! —se quejó Trask sacando la lengua sin dejar de toser.
—¿Quién está? —preguntó el inspector colándose bajo el cordón, dejando nubes de humo a su paso.
—El forense Ryley llegó hace poco. —desveló, provocando una sarrosa sonrisa al inspector.
—¡Juro que cuando te pille me la vas a pagar, Haden!
El inspector no se detuvo, adentrándose con calma por el pasillo gótico y lujoso que llevaba a la escena del crimen.
—Perro ladrador, poco mordedor.
El licántropo continuó con sus amenazas vacías mientras su compañera trataba de calmarlo. Por su parte, Haden atravesó el umbral de la puerta que daba a la escena del crimen, dónde dos pequeños y brillantes puntos color ámbar se clavaron en él.
—Por supuesto que el causante del jaleo no podía ser otro más que tú —saludó con excesivo énfasis el único sujeto vivo de la sala.
—Yo también me alegro de verte, Ryley —musitó Haden levantando lo que le quedaba de mejilla para simular una sonrisa.
—Ha pasado tiempo desde la última vez que nos vimos…
—Sigues tan dicharachero como siempre. —La sonrisa desapareció tras el humo que dejó escapar por el hueco de su rostro derecho. No le gustaba hablar en exceso, todo lo contrario de su plumoso compañero.
—¡Ya recuerdo! Desde el caso con tu jefa… Sí, la nigromante…
—La Jefa Estatal Killam —respondió con un suspiro grisáceo. Estando vivo la paciencia no era una de sus virtudes, y mucho menos tras su muerte.
—¡René Killam! ¡Eso! —gritó satisfecho sin poder reprimir un ululato.
El inspector apretó los dientes. No le gustaba escuchar el nombre de quién le trajo a la vida. Todos se mofan de su prematura muerte justo el día antes de jubilarse, y que una nigromante le haya resucitado para volver a trabajar de inspector es tanto como un favor como una broma pesada.
—¿Qué ha descubierto? —preguntó confiando en volver al caso.
Otro ululato junto a un pequeño movimiento pendular de todo su cuerpo al contrario que su cabeza indicó que el hombre-búho volvía al caso. Volvió a girar su cabeza al frente, donde se encontraba el segundo cadáver de la sala, y Haden se acuclilló a su lado.
—Alex Ovidia Theodor von Alina. Varón. Vampiro. Vaya, qué de uves…
—¿Von Alina? ¿De Industrias Alina? —preguntó el inspector intentando identificar su rostro, convertido en una costra de sangre, como si su piel se hubiera caído. Permanecía con la boca abierta, sin labios, dejando a la vista sus largos colmillos
—Correcto. Lo logré identificar por su medalla en la solapa —Señaló con su garra las siglas ‘V.A’ en letras de oro que tenía en la solapa de su bata.
—Verifique si se trata de él…
—Estamos en su mansión, va vestido con su bata y lleva sus iniciales —intentó refutar el forense, pero Haden tenía sus ojos muertos clavados en otro lugar.
Sacando un pañuelo de su bolsillo, cogió una copa dorada a poca distancia del vampiro. La revisó con cuidado, comprobando que estaba hecha de oro con rubíes incrustados, a juego con su lujoso estilo de vida.
—Estaría bebiendo. —Ryley y sus obviedades, otra de sus grandes virtudes.
Haden ignoró sus palabras, centrando su mirada a una botella de cristal sin etiqueta en el mueble bar. El inspector la cogió con el pañuelo, verificando que carecía de tapón. Se debe de tratar de la última bebida del vampiro.
—¿Sabe qué es? —preguntó Ryley observando como olisqueaba su contenido.
—Whisky. Tan fuerte que oculta el resto de olores.
—Puedo llamar a Trask y…
Fue escuchar el nombre del perro de la entrada y Haden se llevó la botella a la boca para darle un buen trago. A través de su mejilla hueca el forense pudo contemplar como el líquido bajó directo a la garganta sin saborearlo.
—¿Inspector?
—No se preocupe, no voy a morir… —respondió soltando un pequeño eructo. Su plan no tardó en hacer efecto. —Ardor de estómago. Nauseas. Obstrucción de la tráquea. Aceleración del corazón y… —Esperó unos segundos con una pausa dramática. —Paro cardiaco. Sí, la causa de su muerte ha sido el envenenamiento. —concluyó dándose un golpe en el pecho, poniendo de nuevo en funcionamiento su corazón.
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