Voy a reconocer algo que me pudiera avocar al ostracismo, pudiera resultar en destierro, condenarme a no congeniar más con mis supuestos congéneres… Es tan terrible para el bienpensante y mierdoso sistema que nos rodea (no nos rige, no me rige, desde luego) que todavía voy a esperar un poco para declararlo.
Esta declaración nefanda, empero, ya la he hecho en privado a varios de mis amigos, y resulta que ellos mismos no solo han entendido mi postura: también han reconocido que la comparten. Acaso seamos más de los que se reconoce en el conteo oficial.
Queridos humanos
Bueno, venga, allá va: No soy humanista. No soy nada humanista. Incluso soy, queridos humanos, anti humanista.
Veamos, ya que escribo en el ordenador, qué dice la wikipedia, y ya que estamos, qué dice la RAE, que es el humanismo (eso que yo no practico).
Uf, vaya sarta (no pensaríais que lo iba a copiar todo aquí, ¿no?). O perogrulladas o parrafadas rimbombantes.
A ver si San Gúguel me dice algo más claro: (venga, esto lo copio) “En sentido genérico, se dice humanista a cualquier doctrina que afirme la excelsa dignidad humana, el carácter racional y de fin del hombre, que enfatiza su autonomía, su libertad y su capacidad de transformación de la historia y la sociedad”.
Esto, dentro de su poca gracia, resulta más certero como definición corta (todo concepto requiere una definición corta y sencilla, antes que una larga y complicada, para su correcta aprehensión) que la de los sitios antementados.

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Fabricando humanos
Bueno, sigamos esta divertida indagación: humanismo: preguntemos a mi hijo de siete años qué considera, a qué le suena que puede sonar la palabra humanista. Primero dice: “uno que hace humanos”. Bien, eh, un demiurgo, un diosecillo, un Ilúvatar, uno que fabrica humanos. Y luego, azuzado mi pobre hijo, indagando un poco más con lo que tenemos a mano (nuestra propia mente): si hubiera un partido de baloncesto entre humanos y alienígenas, los forofos del equipo humano se llamarían –qué duda cabe– humanistas.
Vamos por mejor camino que con el diccionario: esto es: el camino de la etimología, el más sencillo y agradecido de todos. (Recordemos que esto lo marca mi hijo, repito, con siete años. Pero su criterio es tan válido, o tan baladí, como el de cualquiera, hombre, institución o máquina).
Pues ahí quería ir yo a parar, un humanista es uno que “va con los humanos”; y yo no estoy en ese equipo, y casi siempre, casi, que juega, voy en su contra. Quiero, sí, que pierda. Yo veo, antes que la cacareada gloria de lo humano, su ridiculez, su absurdo, su tontería: partidos de fútbol, televisión, conversaciones con los vecinos, vídeos de youtube…
Cuando el Covid vino a diezmar la población, o eso nos contaron, yo, en mis privadas conversaciones, aseveraba: cuantos menos humanos, mejor. Cuando leo Apocalipsis, de Sai King (The stand), me digo: qué hermoso mundo, un nuevo comienzo sin tumultos, sin multitudes; y vuelvo a cantar con Eskorbuto: ¡Las multitudes son un estorbo!
¿Soy malo?
Seguramente soy malo si despreciar en general al humano que se separa de los demás animales grotescamente es ser malo. He escuchado a menudo que el llamado logos es lo que diferencia al humano del resto de los animales. Esto no es completamente cierto. Hay mucha gente (pero daría igual si fuese poca) que piensa esto: los monos saben hablar, pero no hablan para que no los obligue el hombre a trabajar.
Sí, reíd, reíd, pero algunos de vosotros creeréis mayores estupideces, o seréis católicos, o fans del darwinismo, esa tontuna, o igual os pensáis que la teoría del big ban es la leche en cuanto a intelectualidad (“hubo una explosión y aparecieron todas las cosas, tíos”); también hay terraplanistas, también quien piensa que el planeta está hueco, también hay creacionistas, seres nobles y locos que careciendo de imaginación se regodean en la mayor de las imaginaciones… En fin, que el hombre habla, tiene La Palabra, La Razón; y esto, se dice, le separa del resto de animales. Pues yo creo que esa no es la gran diferencia del humano con los demás.
Para empezar es un poco cafre empecinarse en que debe haber una grandísima y sustantiva diferencia entre este bípedo sin plumas y toooodos los demás seres, creo yo. Pero en fin, si lo pienso así de buenas a primeras, y observo un poco a los animales que tengo a mi alrededor, puedo forzarme a sacar esta diferencia, menos gloriosa seguramente pero también menos vanidosa: veo que el humano se relaciona cordialmente con perros, gatos, hurones, mangostas (recordemos la mascota de mi querido Neftalí Reyes), orangutanes, delfines, cerdos, caballos… pero no veo a ningún otro animal relacionarse cordialmente con las demás razas: cada uno suele ir a lo suyo, ¿verdad? No todo va a ser el logos.
Pero, Franky, ¿de verdad eres así? ¿no te gustan los humanos?
Pues en general me disgustan, sobre todo como especie, como rebaño, cuando son más de dos (multitudes) suelen apestar. Y por otra parte, cuando están ellos solos, ya hablando, ya escribiendo, pongamos por ejemplo a Thoreau, pueden resultar maravillosos, de verdad gloriosos: y no solo Thoreau me gusta: mi compañero de trabajo, por ejemplo, no me es desagradable ni ingrato, y esto será por estar los dos solos, no en manada. Digo yo.
¡Hombre soy, y todo lo humano me es ajeno! Aunque los humanos, de uno en uno, paradójicamente, suelen ser majos.
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Para enmarcan.
Un gusto.
Para enmarcar. Que no sé qué humano hay detrás de la máquina esta del infierno de humanos.