El Miedo y el Yo

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¿Dónde reside el miedo? Todos nos enfrentamos a temores pero el miedo que sentimos está condicionado por nuestras percepciones individuales. En El miedo y yo Francisco Santos Muñoz Rico, nos habla de la literatura como camino a la iluminación personal, al autoconocimiento que nos libra del miedo.

Hablando de terror

Tengo un grupo de wasap con dos grandes escritores de este tiempo, dos escritores de los últimos días, del kaliyuga, uno de lo mejor que he leído en poesía, Juan Cabezuelo, y el otro un narrador genial, Daniel Aragonés.

No digo esto para dar envidia con mis amistades, es una necesaria introducción: uno de ellos, Dani, está escribiendo una serie de artículos sobre el Terror, así titulada, Terror (en la web amiga Dentro Del Monolito). El otro, Juan, escribe en su blog (Un Buda Sin Iluminarse) artículos sobre las ideas y términos fundamentales en el budismo, y en general en la concepción del cosmos de la filosofía perenne, de las tradiciones espirituales del mundo.

La sala del miedo

Pues bien, allí, en ese chat, esa sala virtual en que nos reunimos, el uno y el otro pusieron esas ideas sobre el tapete: el Yo, el Miedo, por hablar, por barajar pensamientos e ideas con los amigos. Ya sabéis, porque cada uno tenía en mente un artículo de uno de esos temas, aparentemente diversos. Y yo, hilando hilandito, cada vez lo veía más claro: podían, en verdad, escribir el mismo artículo y titularlo de esas dos maneras distintas: el Yo, el Miedo.

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El miedo propio

Se habla a menudo del miedo a lo desconocido como primun movens, por así decir, al referirnos al miedo, a qué nos da miedo (tranquilos, que no voy a citar la manida frase de Lovecraft).

Y por otra parte, cuando hablamos del Yo, en términos de lo que nos enseña el Buda, no hablo de sicología, se habla de conocerse a sí mismo como vía (el famoso nosce te ipsum del frontispicio del templo de Apolo en Delfos también), y se establece la idea de un yo falso o aparente en contraposición con un yo inmutable y verdadero.

Pero vamos por los derroteros del conócete a ti mismo: Quien se conoce, es decir, quien ya no es desconocido para sí mismo, está en el camino de la iluminación, si no iluminado (este estado no es definitivo, o no tiene por qué serlo, pero esto es otro tema). Por tanto estaría libre de miedo, ya que además de conocerse uno mismo, cuando te conoces, conoces también todas las cosas, o mejor, conoces el secreto de todas las cosas, ya nada te es ajeno. O mejor: ya no eres ajeno a ninguna maravilla. El miedo no tiene lugar en este esquema de cosas, esto es meridiano.

Tom Bombadil

Y aquí me es inevitable acordarme de Tom Bombadil, el personaje de Tolkien (que desde luego no se le ocurrió a nadie representar en la famosa película, hubiera sido un error, hubiera sido una tremenda boutade; de lo inefable no se puede hablar, y a Tom Bombadil nadie lo puede representar, pues se trata de no otra cosa que un Buda).

Para Tom Bombadil el anillo, esa cosa increíble, mágica, poderosa, etc. no es más que una baratija cualquiera: no tiene ningún poder sobre él. En palabras más cercanas a mis más perdularios y soeces lectores: se la suda. Tom podría guardar el anillo, por supuesto, y la guerra maniquea en ciernes se acabaría antes de empezar, pero había un problema: seguramente se lo dejaría tirado en cualquier sitio, porque para Bombadil es lo mismo el bien que el mal en el mundo, se trata de un Buda, y un Buda sabe que el bien o el mal está en uno y solo uno puede bregar con ellos… Manwë, Bauglir, Mithrandir, Sauron, no importa quién gane, lo que importa es otra cosa. Y Tom lo sabe.

Nuestro Freddy Kruegger interior

Se me ocurre otro ejemplo del conocimiento que vence al miedo: cuando Nancy va y le dice a Freddy Kruegger: “¡No eres nada, eres basura!”, y luego le da la espalda. Funcionó, Freddy puso cara de capullo y feneció… al menos feneció para un rato: se ve que Nancy solo atisbó el conocimiento supremo del Buda (pero los vislumbres son buena cosa también, eh).

Iba, eso sí, por buen camino. También Sarah, la protagonista de la película Laberinto, le dice al malvado príncipe que interpretaba David Bowie: “No tienes poder sobre mí”, en la misma tesitura.
En el orden contrario de cosas: aquel que no se conoce a sí mismo estará dominado por el miedo, y entonces, cualquier cosa que le pongamos por delante, con que tenga ese aura de “cosa desconocida”, por poquito que sea, nos servirá para asustarlo. Así funciona la mente.

La Bestia de Daniel Aragonés

La Bestia, uno de los personajes de Daniel Aragonés en su novela Efialtes, sabe del miedo, y de la poca entidad de todo, dice: “Somos proyecciones, ascendentes, almas encarceladas en cubículos dimensionales. Espíritus descarriados, perdidos, confusos”.

En esta novela se va más allá del miedo, y sí: más allá del yo superficial, es un descenso al interior, y en cierta manera, un mapa para llegar a ese corazón absurdo y fundamental, el Uno, el Todo. (Ya veis que Dani lleva tiempo pensando en estas cosas). Pero…

Oculto a la vista de todos

Pero es que da igual que lo gritemos a los cuatro vientos, da igual que dejemos el mapa allí a la vista de cualquiera, y da igual lo grande que pintemos la X roja que marca el sitio donde se oculta, veram medicinam, el tesoro: no lo entienden, no quieren entender. Cito el final de un poema de Cabezuelo, de su poemario “Aquella noche los poemas escocían como notas de suicidio”:

“Educan a sus vástagos
para que no entiendan nada,
y linajes de perfectos «no entendedores»
pueblan cada rincón
del planeta
y uno de ellos,
tan solo uno de ellos,
decide tocarme los huevos una noche
preguntándome
qué escribo cuando no escribo nada”.

Por supuesto: eso no se pregunta. Cuando Juan no escribe está escribiendo, claro que sí, pero ese texto es inefable, es el Dharma del Buda, es silencio. No le toquéis los huevos preguntando sandeces.


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Francisco Santos Muñoz Rico
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Esta entrada tiene 2 comentarios

  1. Estela

    Ahora soñaré con Fredy, gracias.

    (5/5)
  2. Rashan

    Jajaja, me encanta, no hay que tocarle los huevos a Juan, ni a Buda

    (5/5)

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