El mejor cuento de la historia

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¿Cuál es El mejor cuento de la historia? Consejos que nos venden algunos gurús de la escritura que no son más que ridículos cócteles de perogrullismo.


(Hoy hace viento, y además, me he levantado hace un rato. ¡Me acabo de despertar! Y como empieza el día: empieza el cuento).

He estado ojeando unos vídeos repulsivos, repelentes y repipis, en Youtube y en algún que otro sitio. Con títulos nada interesantes pero que pretenden llamar la atención del escritor en ciernes (y nesciente): “cinco consejos para escribir”, “cosas que nunca debes hacer para empezar una novela” (se centran mucho, demasiado, en los arranques), etcétera.

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Consejos ridículos

Por supuesto todos estos supuestos consejos son ridículos cócteles con una parte de perogrullismo (“lee mucho, lee buenos libros”); otra de sabiduría infusa o gugueliana (“nunca empieces contando el tiempo que hacía, si llovía o hacía sol”); y otra parte de angostura. Pero angostura mental, o gilipollismo exacerbado (“Lo más importante es crear un hábito, si no, bla bla bla”). Esta última parte nunca falta.

Habrase visto: decir que no empieces un cuento contando un sueño, que “el lector”, ese ente falso del que no paran de hablar, no quiere oír algo que luego resulta “no ser real”. Así lo dijo la pedorra de que hablo en el siguiente parágrafo: que los sueños no son reales.

Consejos tengo…

En uno de los vídeos esta señora se vanagloriaba grotescamente de llevar veintipico años enseñando a escribir. No mencionaba ningún alumno excelso, luego: imagino que no los tenía. Pero en otro había un señor engominado que se jactaba de haber “formado escritores”, como se dice que hizo Dios con barro, que “formó”, o dio forma, al hombre… Este también alardeaba de sus no sé cuantos años “enseñando”.

Al verlos pensé en ese viejo dicho: “más sabe el Diablo por viejo que por Diablo”; y en que es un lugar común que llevo escuchando, o sufriendo, toda la vida: “la experiencia es un grado”, dicen también, y mucho más acertadamente. Porque amigos, el mero hecho de ser viejo no otorga la más mínima experiencia, no necesariamente, ni conocimiento, ni sabiduría, ni gracia, ni enjundia, ni nada más que eso: vejez. No quiero asustaros, pero por lo común los viejos resultan tan estúpidos como los jóvenes. ¡O más! Si se amparan en su senectud como lugar de poderío pueden resultar incluso peligrosos.

Pues esta señora que vi dando seudo consejas abstrusas, y este señor que gesticulaba grotescamente ante la cámara, lo diré claramente: eran imbéciles. Como esos patanes de la teletienda, pero vendiendo la panacea literaria en vez de una faja mágica que adelgaza y embellece.

Prohibiciones categóricas

Además del sempiterno consejo “lee mucho”, no hay mucho más que decir a “alguien que quiere ser escritor”, a no ser ejercicios específicos. Pero ¿prohibir categóricamente el “me desperté aquella mañana”, o el “el día que empieza esta historia se había desatado una tormenta como no recordaban los más viejos del lugar”?

¿Y prohibir una descripción detallada de un personaje? ¿Acaso no podemos empezar diciendo que Pepito tenía una ancha frente, nariz afilada y mandíbula que, debido a un no muy pronunciado prognatismo, daba idea en el observador poco perspicaz de una maldad de la que realmente carecía el buen Pepito? Venga ya. Y encima decía, no recuerdo cuál, aunque tampoco importa, algo así como: “que no estamos en el siglo XIX”, y se reía como un borrego regurgitando cardos. No sé qué tiene usted, profe, contra el siglo XIX, pero le diré que sé lo que el siglo XIX tiene contra usted, ¡ja!

Los mecanismos de la escritura

De cualquier manera no sé si habrá de verdad personas que quieran ser escritores, no sé, no sé… Si no ha leído uno, primero, ¿cómo diantre llega a eso, a querer escribir? Y si ha leído: ¿por qué ir a pedir consejos y ayuda a una caterva de desaprensivos ignorantes? Si uno ha leído y se da cuenta de que quiere escribir, debiera ver la futilidad de tales ganapanes, su paparruchismo ilustrado; o eso creo. Los mecanismos de la escritura se aprehenden, cojones. Pero ay, ¡ay! ¿Y si el supuesto aspirante a escritor ni ha leído nada ni tiene el más mínimo criterio, o y si ha leído solo canalladas? Entonces, claro, merece tales profesores.

Enseñando a escribir

Por otra parte, en la otra cara del asunto, sé que hay gente que enseña, si no a escribir, los rudimentos del arte de la escritura, y lo hace bien. Pongo un ejemplo conocido de primera mano: la profesora la escritora Rosa Sanmartín, y la alumna (o la que asistió a sus talleres) Estela Melero Bermejo.

Las tengo leídas a ambas, cada una en su estilo, y escriben bien, conocen el oficio (por usar frases hechas), saben perfectamente lo que hacen. Las dos tienen algo en común, aunque no es algo único que solo les pase a ellas, claro, pero es casi el único rasgo común en dos escrituras muy diferentes: la preeminencia de los personajes. Otorgan la carga de los libros a sus personajes, no a la trama, o a la idea, ni a la filosofía, por ejemplo; construyen personajes de una aplastante realidad. Pero dudo que Rosa (la profe) se pueda atribuir la creación –la formación- de Estela (la alumna) como escritora. Al final su relación ha devenido en amistad, más que en la relación propia de maestro y alumno, me parece.

Ser escritor

Pero, Franky, ¿tú qué te crees, que eres el escritor definitivo o algo así, el sumo sacerdote receptor de los dones literarios otorgados por Apolo?

Pues sí, en cierto modo me creo eso. Quitando que mis libros gusten más o menos, o que se vendan más o menos (es menos, claro), ¡o que siquiera los publique! yo soy un ESCRITOR. Entro en comunión, efectivamente, con Apolo cuando escribo. Y cuando leo: soy mejor todavía. Mis credenciales son mis palabras, mejores o peores: son las rosas de mi orgulloso jardín, parafraseando a Neftalí Reyes.

Y no voy a hablar ya de la contienda pornográfica que se mantiene entre amantes de “unas comillas” y enamorados de «las otras». Por no meterme en el aburrido rifirrafe de los guiones largos o cortos, ay, qué coñazo…

En fin, se puede escribir de lo que uno quiera, y se puede empezar como a uno le apetezca: Hoy hace viento, y además, me he levantado hace un rato. ¡Me acabo de despertar! Y sí: apago el despertador, que después no va a tener ninguna importancia para el resto de la historia, y aún diré de él que es un despertador bonito, moderno, pero como si fuera antiguo…
El único consejo para escribir, casi, es este: escribe. Luego hablamos.


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Francisco Santos Muñoz Rico
REDACTOR | Website | + posts

Esta entrada tiene 6 comentarios

  1. Daniel Aragonés

    Jajajajajsja... Odio ese tipo de blogs y consejeros. Me ha encantado el artículo.

    (5/5)
  2. Vicente

    Con un par!
    Imagino que esos gurús acierten en algunas cosas, pero también los he odiado (las cuatro o cinco veces que he visto esos vídeos) cuando saltan con los típicos prohibidos de las leyes divinas de la real escritura. ¡A la mierda, señores! ¿Dónde están sus premios literarios y súper ventas? Ah, que no tiene de eso... ¿Pues entonces cómo cojones da clases y sale en Youtube dando la matraca con lo maravilloso de su sistema y consejos?
    Me ha encantado, franky.

    (5/5)
  3. Rashan

    jAJAJA
    cualquiera se apunta ahora a un curse de esos
    me recuerda a tu micro de El vuelo del cometa

    (5/5)
  4. Manu Yojinbo

    Totalmente de acuerdo. Primero escribe, luego hablamos. No soporto a los charlatanes que encima no han hecho nada en su puta vida y que lo primero que te restriegan por la cara son los años que llevan haciendo no sé qué para no sé quiénes. Bravo por el artículo

  5. Manu Yojinbo

    Totalmente de acuerdo. Primero escribe, luego hablamos. No soporto a los charlatanes que encima no han hecho nada en su puta vida y que lo primero que te restriegan por la cara son los años que llevan haciendo no sé qué para no sé quiénes. Bravo por el artículo.

    (5/5)
  6. Aprendiz del soneto.

    Uno de los artículos más interesantes, sino el más, y sensatos acerca de aprender a escribir que he leído en mucho

    (5/5)

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