El limbo.

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Relato de María José Bravo Moñino.

Cinco medicamentos de distinta clase esperan su turno en un pastillero junto a un vaso lleno de agua.
Una mesa redonda sobre un vaso cuadrado. ¿O es al contrario?

«Hora del desayuno. ¿O es mi cena?».

La luz amarillenta de la lámpara de techo vuelve a titilar. Mis manos se aferran a la cabeza, sosteniéndola, como si esta pudiese despegarse del cuerpo en cualquier momento y rodar por la estancia a su antojo.

«Eso era lo que necesitaba en realidad, así sería mejor, volvería a ser yo. Sin cabeza, sin problemas».

No sé si es frío lo que me hace temblar. O miedo. ¿Y si todo es real y no puedo escapar?

«Estoy muerto sin descanso».

Soy un demente. Veneno en vena, atado a una cruel condena.

Risas.
Cuchicheos.
Desvaríos de un loco que se sabe olvidado.
Letras que flotan en el aire viciado de mi subconsciente.

Una.
Dos.
Incluso tres.
Han vuelto a mí.
Las oigo cada noche y día, taladrarme la mente con sus preguntas y acusaciones certeras.
El especialista me indicó que no les hiciera ni el más mínimo caso, pero ¿cómo puedo callar mis propias voces?

La burbuja en la que me envuelvo para evitarlas está a punto de explotar, ya no me protege. El aire se vuelve nauseabundo; el hedor de mi propia conciencia me asfixia como un par de manos purulentas cubriendo mi boca, impidiéndome respirar. Mis ojos se salen de las cuencas, desorbitados.

«No puedo soportarlo más…».

Sucedió rápido, como un acto mecánico.
Mi cabeza rodó por la mesa. Ya no hay voces.
La vista, difuminada. Tonos cálidos.
El limbo.
Mi cuerpo se mece, adormecido. Me dejo llevar, no importa el destino.

El pastillero está vacío, otra vez.


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Alberto de Prado
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