El Flaco. Cuestión de Suerte, 2ª parte

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Relato de María José Bravo Moñino.

Era habitual que, cada cierto tiempo, algún policía pasara por el bar haciendo preguntas, pero este tipo no era uno cualquiera.
Se acercó a la barra con una calma inquietante.
El bar estaba vacío, aún era demasiado temprano para los ahogados.
—Tienes dos minutos para decirme dónde está “El Flaco”. Sin trucos, Jimmy.
Aquel hombre dio la espalda a la barra y se encendió un pitillo mientras el amasijo de carne tras la barra le servía una copa.
Con su traje azul y su sombrero de gángster, parecía un personaje sacado de alguna película de mafiosos. Miraba taciturno el humo que expulsaba por la boca. Lo que más le alteraba a Jimmy es que, en ningún momento, aquel tipo ocultó la funda del arma que portaba en su cintura.
—Buena suerte, nadie sabe dónde está.
Tan solo bastó una mirada furibunda del desconocido para insuflar temor en el camarero, que comenzó a secar vasos con la gamuza roñosa para ocultar el temblor de sus manos. A Jimmy, ese individuo le daba muy mala espina. Debía atajar esa situación lo antes posible.
—Si buscas respuestas, sé quién puede dárselas, pero no le aseguro salir con vida.
Jimmy no era nadie; uno de los tantos que estaban en el último eslabón de una gran cadena. Su trabajo, sencillo: era el cebo con el que los incautos picaban en el anzuelo.
El hombre dejó ver una sonrisa espeluznante. Se quitó el sombrero y avanzó por un pasillo más allá de la barra, seguido de Jimmy.
«Ahora puedo matarlo. Tan fácil como quitarle la pistola y…».
¡¡Pum!!
Solo un disparo, certero, y el cuerpo de Jimmy cayó desplomado en aquel maloliente pasillo.
—Jamás delates a tu jefe, escoria —dijo escupiéndole.
El hombre de traje azul regresó al bar y terminó su copa. Luego se esfumó.
Aquella noche, los ahogados disfrutaron de barra libre.

Alberto de Prado
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