Nos es desconocido cómo, al comienzo de todas las cosas, el Emperador de Jade logró convertirse en ayudante de Yuanshi Tianzun (元始天尊), el Venerable Celeste del Comienzo Original, creador ilimitado y eterno del cielo y de la tierra. Desconocemos también la verdadera extensión de sus poderes, apenas mencionados en las antiguas crónicas, pero el Emperador de Jade es protagonista de algunas de las más fascinantes leyendas chinas.
El personaje
Yù Dì, el Emperador de Jade (玉帝) o Yù Huáng, Augusto de Jade (玉皇) según la mitología china, es el gobernante del cielo y uno de los dioses principales del panteón taoísta. Del mismo modo que los emperadores terrenales gobernaron un día sobre China, el Emperador de Jade gobierna sobre el cielo y la tierra y controla todos los aspectos de la vida humana desde su corte celestial. Su figura, como el resto de divinidades, se inspira en la burocracia imperial y es un reflejo de la organización social china.
El origen del Emperador de Jade
Yù Dì era por nacimiento el principe heredero del Reino de la Dicha Pura y de las Majestuosas Luces y Ornamentos Celestiales. Se dice que al nacer hasta el último rincón del reino fue iluminado por una luz asombrosa. Desde temprana edad mostro una gran disposición para el estudio y virtudes especiales.
De carácter benevolente, consagró su niñez a ayudar a los más necesitados respetando por igual a todas las criaturas, hasta convertirse en un joven amable, inteligente y sabio. Tras la muerte de su padre, ascendio al trono real. Dedicó los primeros años de su reinado a buscar la paz y el bienestar y la prosperidad de sus subditos.
Posteriormente, dejó el reino en manos de sus ministros, comunicándoles su intención de retirarse al Acantilado Brillante y Fragante, a fin de cultivar el Tao.
Tras 1550 largos intentos, con una duración de 120.976 años cada uno, logró obtener la Inmortalidad Dorada. Inició entonces una nueva etapa de cien millones de años, dedicada al cultivo personal, con la que alcanzó la perfección espiritual.
El Emperador de Jade y el Diablo.
En los primeros tiempos, la tierra estaba habitada por seres monstruosos. Era un lugar inhóspito para los hombres que a duras penas lograban subsistir debido a tan terribles condiciones que padecían.
En este tiempo existía además un gran cantidad de malvados y poderosos demonios que desafiaban a los seres inmortales del cielo.
El Emperador de Jade vagaba entonces por la tierra en su búsqueda de la perfección, ayudando en cuanto podía a los hombres y luchando contra aquellos temibles monstruos. Pero sucedió que una de aquellas malvadas criaturas ambicionaba conquistar a los inmortales para hacerse con el poder sobre el universo. Se retiró a meditar durante millones y millones de años en los que comenzó a acumular cada vez mayor poder.
Pasados 3000 intentos, cada uno de los cuales duró aproximadamente tres millones de años, aquella entidad maligna regresó al mundo y reunió a un ejército de demonios con los que atacó el cielo. Los dioses inmortales, precavidos del peligro, se reunieron para prepararse para la inminente guerra. Sin embargo, los dioses celestes no lograron detener al poderoso demonio y Los Tres Puros que comandaban a los seres celestiales fueron derrotados.
Por fortuna, el Emperador de Jade, que había completado por entonces su perfeccionamiento, percibió el resplandor maléfico de cuanto acontecía y ascendió al cielo para desafiar al demonio. Rios, mares, montaña; la tierra entera incluso, se estremeció ante el combate ambos seres.
Aunque el poder era similiar en los dos, finalmente el Emperador de Jade logró vencer gracias a un cultivo más profundo de la benevolencia. Después de la hazaña de derrotar al demonio y sus secuaces, dioses, inmortales y seres humanos proclamaron al Emperador de Jade como el ser supremo y soberano del universo.

La princesa y el pastor
La séptima hija del Emperador de Jade, llamada Zhīnǚ ( 織女, literalmente “la muchacha tejedora”), acostumbraba a bajar cada día a la tierra para bañarse en el rio con la ayuda de una túnica mágica. Un día un modesto pastor llamado Niúláng (牛郎, “el vaquero”) la vió mientras se bañaba. Asombrado por su belleza, el pastor se enamoró de ella y robó la túnica mágica, que ella había dejado junto a la orilla, de modo que Zhīnǚ no pudo volver al cielo. Sin embargo, Zhīnǚ también se enamoró de aquel pastor, por lo que se casaron.
Mientras Niúláng cultivaba los campos, Zhīnǚ tejía en casa y cuidaba a sus hijos. Su amor fue tan profundo y duradero que después de tanto tiempo Zhīnǚ ya no pensaba en regresar al cielo.
Cuando el Emperador de Jade supo lo sucedido, ordenó a la Reina Madre de Occidente que trajera a su hija de regreso al cielo. Está mostró a Zhīnǚ el lugar donde su esposo guardaba la túnica mágica y ésta, movida por la nostalgia, aceptó regresar junto a su padre. Sin embargo, el buey de Niúláng había visto todo lo sucedido y construyó un barco para que el pastor pudiera llevar a sus hijos al cielo. Hace tiempo, el buey había sido un dios, pero fue castigado por desafiar las leyes celestes.
Niúláng y sus hijos ya estaban a punto de cruzar el puente y alcanzar el Cielo, cuando la Reina Madre de Occidente los descubrió. Como castigo, creó en medio del cielo la Vía Láctea, separando así a los dos amantes para toda la eternidad. Niúláng se convirtió en la estrella Altair y Zhīnǚ, con el corazón roto, se convirtió en la estrella Vega.
Apiadándose de los amantes, la Reina Madre de Occidente les permitió reunirse una vez al año, el séptimo día del séptimo mes. Entonces, una bandada de urracas se precipita hacia el cielo, creando un puente que les permita reencontrarse. El día se celebra como el “Festival Qixi”.
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