En “Descubriendo el horror” Patricio Scarfo nos narra, en primera persona una historia macabra, pero real, relacionada con sus inicios en la literatura. En ella nos cuenta el descubrimiento durante su infancia de dos autores, pero también un hecho trágico, que marcaría su pasión por el horror y misterio y su futuro como escritor.

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De niño solía esperar que llegase el fin de semana (a veces sábado y otras domingo) para acompañar a mi madre a la feria, y mientras ella buscaba verduras, pescados o ropa, yo en cambio buscaba historietas usadas.
Un día el vendedor, cuya manta alojaba los mejores tesoros literarios, me recomendó leer libros de terror y misterio y dejar atrás las tiras cómicas.
Era hora de crecer.
Fue tan generoso el hombre que, a modo de bienvenida a aquel nuevo mundo, me regaló “Narraciones extraordinarias” de Edgar Allan Poe.
Ya en mi casa me adentré en aquel tenebroso y adictivo lugar, y lo hice leyendo “El pozo y el péndulo”.
Me enamoré.
Poesía. Miedo. Horror. Asfixia.
Fue un encuentro glorioso con uno de los mejores escritores de la historia. Luego de poder escapar, junto al protagonista, del relato de aquella tortura medieval, decidí continuar conociendo a Edgar y me leí el libro completo. Allí me maravillé con: “Ligeia”, “El gato negro”, “Manuscrito hallado en una botella”, “El entierro prematuro”, (uff que manera de sufrir) “El barril de amontillado”, “La máscara de la muerte roja”, entre otros. Y como olvidarme de cuando leí “La carta robada”. Ahí conocí al detective C. Auguste Dupin y supe en ese instante, que el género policial era lo mío. Ese cuento desató en mí, una obsesión por los misterios.
A la semana entrante me encontré con mi benefactor y con mis humildes ahorros en un bolsillo, le pregunté.
—Tiene algún libro que sea barato, de misterio y que tenga un detective?—
El hombre me sonrió y me dijo.
—Claro. Te voy a presentar a la reina.—
En aquel entonces pensé que se burlaba de mi, sin embargo se agachó y tomó un pequeño libro desgastado cuyo título rezaba: “Sangre en la piscina”.
La reina en cuestión, no era ni más ni menos, que… Agatha Christie.
Conocer su prosa, sus listas de personajes, adentrarme en las pistas, en los asesinatos y sobretodo acompañar a aquel hombrecito extraño de nombre Hércule Poirot hizo que mi vida diese un vuelco por completo. La televisión quedó a un lado y hasta pareció enojarse conmigo por semejante desaire, pues se descompuso varias veces durante mi lectura.
Después de no acertar con la resolución del caso, en mi mente solo anidaba un misterio por resolver.
«¿Dónde voy a conseguir mas plata para comprar otro de estos?»
Así que sin más que mi nuevo amigo ya leído, fui al encuentro del librero. Le expresé mi verdad y sonriente me ofreció un intercambio a modo de solución. Y aunque todavía esta transacción tenía un costo, era mas accesible para mi billetera cuasi vacía. Fue un camino sin retorno hacia otras novelas de la autora como: “Diez negritos”, “Cinco cerditos”, “Pleamares de la vida”, “Se anuncia un asesinato”, ( donde descubrí a la genial Miss Marple) “Noche eterna”, “Los relojes”, “Los crímenes de la guía del ferrocarril” y el maravilloso libro “El asesinato de Roger Ackroyd”, entre otros.
No pude dejar de leer. Ni siquiera cuando la tristeza me sujetó y aprisionó a raíz de una terrible noticia.
—No pibe. El de los libros no esta mas. Lo mataron hace un par de días para robarle.—
Ni el horror de Poe fue contrincante para aquel sentimiento de desolación y muerte que me invadió. Pensé y rogué porque un detective igual que el de las novelas, llevase ante la justicia al asesino. Sin embargo la vida no es así y el caso quedó impune.
Hoy tres décadas después, y mientras observo mi biblioteca que alberga toda la colección de Agatha Christie y varios libros de Poe, rememoro aquel descubrir del horror y la pérdida de mi amigo el librero.
No tengo dudas de que la realidad supera la ficción.
Hoy leo por él. Escribo por él. Hoy les regalo esta reseña… por él.
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