Cuando Krishna le dijo a Arjuna, como se nos cuenta en la Bhagavad-gita, “mira, te voy a enseñar lo que soy yo, vamos, el mismísimo Dios de dioses”, y le ofreció una visión absolutamente increíble de su multiplicidad; y cuando Hesíodo, o quienquiera que escribiese la famosa descripción del Escudo hecho por Hefesto para su colega y protegido Heracles, se puso a describir profusa, detallada y dementemente las escenas representadas en ese fabuloso escudo; y cuando Borges habló del Aleph, diciendo que era “el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos”; y cuando mi querido Ibn ‘Arabi dejó escrito en Las iluminaciones de la Meca que ese joven y misterioso señor le dijo: “Examina el detalle de mi constitución y el orden de mi apariencia. Encontrarás inscrito lo que me has pedido [Arabi le había pedido un poquito de secretos y conocimientos], puesto que yo no soy ni hablante ni interlocutor. No es Mi ciencia otra que Yo. Mi esencia no es distinta de Mis nombres. Yo soy la ciencia, lo conocido y el conocedor. Yo soy la sabiduría, lo sabiamente establecido y el sabio” (Alabado sea Ibn ‘Arabi, sello de santidad); y cuando Hermes Trimegisto, el tres veces grande, cantó en su último concierto en Wimbledon: “lo que está abajo es como lo que está arriba, y lo que está arriba es como lo que está abajo”; y cuando, en fin, Teresa de Jesús, Juan de Yepes, Lao Tzu, Stanislav Grof, Aldous Huxley y tantos otros nos dejaron sus versiones de la flipante realidad que subyace a todo, estaban, meramente –ahora en palabras de Carlos Castañeda- confirmando la sintaxis de su lengua madre.
Y ¿qué hay de mí, que a todos entiendo y con todos comulgo? Acaso me he salido de la sintaxis de mi lengua madre… acaso me es fácil asumir cualquier doctrina (verdadera) o sintaxis porque en cierta ocasión, sirviéndome de la sintaxis de mi lengua madre, hablé de ciertas cosas inefables que solo los que también han visto comprenden sin necesidad de que casen las sintaxis.
Lo demás es silencio, por supuesto.
Ser consciente de esto de que hablaba Juan Matus a su discípulo, de que meramente estamos confirmando la sintaxis de nuestra lengua madre cuando hablamos no ya de las inefables realidades últimas, sino de esto y de aquello, es, acaso, un paso previo al Conocimiento. Y por supuesto escribo Conocimiento con mayúscula porque me refiero al Dharma del Buda, que no es un saber intelectual, es un saber práctico, es un conocimiento vivo; la palabra Dharma propiamente se puede traducir como conocimiento, pero también protección, o escudo (en el ámbito del budismo se dice que es protección contra el sufrimiento, yo prefiero enunciarlo protección contra la mierda en general, propia y ajena).

No suelo hablar de estos temas en artículos ni en general en público, pero en los últimos tiempos el kali yuga me está asfixiando, e incluso he sido yo mismo, en el colmo de la inconsciencia, uno de sus estúpidos agentes perniciosos; y tal vez por eso estoy volviendo las mientes a mi aparcada espiritualidad ecléctica y pastichera. Y no pretendo ya ser más de lo que soy, pero sí aspiro a saber defenderme de la mierda que por doquier me lanzan a la cara, y sobre todo aspiro, he decidido, no volver a ser agente pernicioso del kali yuga yo mismo, sino todo lo contrario, un refugio en la tormenta, utilizando la metáfora de Osho. No pretendo una victoria, claro, pues no hay nada más falso que eso de la victoria: recordemos las palabras, referidas a mi persona, de mi mejor gurú, Unamuno:
“¡Y había que verle luchar! No ha habido vencedor que luchase como él luchaba, ganando su derrota, defendiéndola palmo a palmo, haciéndola pagar muy cara. Prolongaba la agonía para gozar en prolongarla, en luchar más tiempo aún. Era un hombre que sabía que todo es mentira, menos la lucha, la rebusca. Y la mayor mentira, la victoria.”
Quien tenga ojos, que lea. Buda os bendiga.
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Gassho, hermano. Y cómo bien dices: Quien tenga ojos, que lea.
MENOS MAL.
No podemos ser la diana, el arquero y la flecha, pero sí podemos ser la férrea determinación de dar en el blanco, o al menos de que el proyectil llegue a rondarlo. Gran artículo, no he leído nada igual, felicidades!