Autopublicados S.A.

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Autopublicados S.A. Lo de sociedad anónima es, además de por reminiscencias monstruosas, claro, porque no nos conoce ni nuestro padre, ni en nuestro pueblo oyeron hablar de nosotros, ni seremos jamás profetas (ni mesías) allí, ni casi que en ningún sitio. Somos fueras de la ley, outlaws. Somos apestados.

Y esto solo por una razón, sencilla, si no de peso: esperad, esperad, que aún no voy a decir la razón. La suelto un poco más abajo.
Yo, personalmente, publiqué mi primera novela en Amazon por la misma razón por la que el proverbial oso se metió en la cabina de teléfonos: porque podía.

¿No hay más?

No mucho más. Además de por poder, fue por considerar que la novela, La ciudad de los Infrahombres, merecía la pena: estaba bien escrita, era divertida, aportaba al género Z cosas nuevas y, a juicio mío, potentes; y fuera de géneros se sostenía (se sostenía, por supuesto, en mi cultura, en mi bagaje, en mi imaginación, en ese tipo de cosas –no es chulería, si no fuese yo suficientemente ilustrado, ¿a qué esto de escribir libros?). Estaba seguro de que a alguien, allá afuera, le gustaría (como resultó ser el caso).

“La mayoría de novelas ya nacen sentenciadas para el olvido”, Lluís Rueda.

Diferencia entre autopublicados y publicados por otros

Y he aquí la diferencia entre autopublicados y publicados por otros: quién toma la decisión fundamental, esto es: “el libro es cosa buena”.

Cuando vemos en un centro comercial un cartel que nos indica que tal o cual libro es lo último, lo más vendido, lo mejor, etc. estamos leyendo allí que un editor, o editores, ha considerado que ese libro era bueno, y respaldado por el famoso y poderoso caballero que cantara Quevedo, lo ha lanzado al mercado. O nos lo ha lanzado a las narices, más bien.

También pudiera ser que la consideración primordial de que hablo, que el libro sea bueno, no ande involucrada en la decisión de publicarlo (el que lo firma es famoso, son trapos sucios, etc.), cosa esta infame siempre pero que no viene al caso.

Cuando nos topamos con un trabajo autopublicado, en cambio, quien tomó la decisión fue el propio autor. Poco más hay de diferente, y sin embargo: hay un abismo.
Es perogrullada esto que digo y no lo es.
Una cosa que tenemos los autopublicados es que, independientemente de quién, dios o diablo, nos críe, nosotros mismos nos juntamos.

Y por ello me resulta fácil invocar a unos cuantos egregios autopublicados, y a algún que otro que, sin serlo, está muy metido en el tema. Paso la bola a mi compañera y amiga Ana Gomila Domènech, otra apestada:

ANA:

Pues sí, como el tío Franky, yo también me autopublico, ¿y qué? Ambos pertenecemos a la miserable casta de los que se publican solitos, sin editor, ni corrector, ni maquetador, ni perrito que les ladre (aunque yo acabo de pillar diseñadora de cubiertas, ¡viva Marta!) y se publicitan como buenamente pueden. Las librerías nos ignoran, no nos invitan las ferias y solo nos falta vender nuestra obra puerta a puerta al grito de “Cómpreme usted este librito, señora, por favor…”.

En mi caso, subí Un acto reflejo, primera de mis cuatro novelas protagonizadas por el comisario Caravaggio, en un rapto de locura, solo porque la tenía -más o menos- terminada y acababa de leer un artículo sobre una señora de Cuenca que se forra vendiendo noveluchas pseudoeróticas bajo pseudónimo británico. A continuación, me fui a Besalú, a hacer un curso de percusión medieval, y me quedé más ancha que larga… Solo a mi regreso, cuando vi que algún ejemplar se había vendido entretanto y que un periódico me solicitaba una entrevista, entendí que la cosa iba en serio.

La segunda, Corazón tan negro, fue un auténtico desahogo pandémico: la escribí durante el confinamiento; la corregí, maqueté y diseñé la portada sin salir de mi casa (menos mal que tengo patio y una cala me hizo el favor de florecer…) y sus primeros lectores la leyeron en digital forzados por la situación, ya que la versión en tapa blanda no te la traía nadie por no ser considerada “mercancía imprescindible”. En semejante tesitura, por supuesto, ni me planteé tratar de publicarla de otra manera que no fuera por Amazon.

Cuando terminé mi tercer Caravaggio, La muerte en vacaciones, que me resulta especialmente querida, y la cuarta hasta el momento, Así es, reconozco que intenté volver al redil y me dejé el sueldo de un mes en una agente literaria encantadora que, pese a emplearse a fondo, no logró más de lo que yo misma había conseguido hasta el momento: mucho silencio, alguna esperanza y un par de propuestas tramposas, además de perder el tiempo.

Conque aquí sigo. Junto a Franky, en el dorado limbo de los autopublicados, haciendo de comercial de mí misma día y noche, noche y día. Publicando chorradas en Instagram (donde he de confesar que me lo paso bomba). Dando entrevistas a troche y moche. “Conquistando” bookstagrammers encantadores… y algún que otro cardo borriquero que te pide el libro gratis y jamás lo lee, ni lo reseña, ni nada de nada más que creerse algo. Organizando presentaciones cachondas. Dando la tabarra a mis escasos -aunque entusiastas- admiradores por Tierra, Mar y Aire, en definitiva. Incluso aquí, a través de este artículo colaborativo, que esperamos que te haya gustado. Y recuerda comprarnos algún librito.

FRANKY:

Gracias, Ana.
Permitidme que cite de estas recientes líneas: “se publican solitos, sin editor, ni corrector, ni maquetador, ni perrito que les ladre”. Esa es otra, que todo el trabajo lo hacemos solos. Y esto no es queja, simplemente otro dato que traemos. Estoy leyendo el último libro de Joe Hill, editado, por supuesto, por una editorial, podemos suponer, de posibles. Sin embargo, cada dos o tres páginas encuentro alguna errata… Y me digo a mí mismo: ¿acaso no pagan a alguien para que se encargue de revisar esto en busca de estos gazapos…? En fin: pocas erratas encontraréis en mis libros. Supongo que es cosa de La Gran Desidia que asola el mundo…
Invoco ahora a otro egregio autopublicado, mi compañero y amigo Antonio López Sousa.

TONI:

Ya que me invocas, aquí me presento como el demonio apestado de los cielos literarios que soy.
¡Autopublicados! Menudo tema que has sacado en esta tertulia virtual sin cañas de por medio.

Veamos, a día de hoy, después de tres años de experiencia en este mundillo, podría pasarme horas hablando del asunto. Porque seamos claros: la multiplicidad de factores a tener en cuenta daría para llenar un libro entero (ahí dejo la idea para quien quiera recogerla). Algunas ya las habéis mencionado Ana y tú, como que somos escritores, correctores, maquetadores, diseñadores de cubiertas, editores, community managers y vendedores de nuestras propias creaciones. Somos, en definitiva, todoterrenos de la industria autopublicada… Porque sí, esto es una industria con la que algunas plataformas están haciendo su agosto (también algunos escritores).

Pensadlo: Juanito escribe su libro, que puede ser fantástico, normalito o un auténtico bodrio que te incita a arrancarte los ojos, pero él está muy contento con el resultado y estas plataformas se lo ponen muy fácil para autopublicarlo. Siendo muy comedidos, como mínimo se lo van a comprar un par de colegas y algunos familiares. Conclusión: ventas aseguradas a coste inicial cero para esas plataformas. Todo beneficios. Esto es un negocio muy bien montado… en el que cada vez más gente se mete.

Pero no quiero centrarme en aspectos técnicos, monetarios o económicos, sino en los psicológicos… al menos un poco. Y es que cualquiera que se lance a autopublicar no podrá evitar tener ciertas expectativas, o esperanzas, sería mejor decir. ¿Quién no se ha imaginado a sí mismo aupado a los cielos de la literatura y de las ventas? Pues bien, la realidad es muy distinta. Rebajemos expectativas y nos irá todo mucho mejor, pues esto no es Jauja.

Probablemente, y digo así porque las probabilidades están en nuestra contra pero nada es imposible, no te vas a forrar (dile adiós a ese cochazo que tenías pensado comprarte con tus primeros beneficios), ni te vas a hacer famoso (olvídate de alfombras rojas, flashes y discursos de agradecimiento al recibir un premio), ni te van a parar por la calle para que les firmes la camiseta (porque tu libro ni lo habrán leído ni mucho menos comprado). La realidad es que esto de ser autopublicado, además de ser por momentos ingrato, es una carrera de fondo… y en la mayoría de los casos, una carrera sin meta en lontananza.

Pero no desesperemos, que esto también tiene sus cosas buenas. Por ejemplo, que alguien te lea y disfrute con tu obra (y no me refiero a mamá, a la tía Josefa o a tu colega “la lectora”, sino a alguien completamente desconocido) es ya de por sí una epifanía literaria que logra convertir de un plumazo todas las horas invertidas en el proyecto en tiempo bien empleado. O, como decía Fran hace un rato, los autopublicados somos gente que tiende a encontrarse, como si hubiese una fuerza que nos atrae y nos une en las sombras de la autopublicación para dominarnos a todos (perdón, me ha salido la vena tolkeniana).

Pero es verdad, nos encontramos, nos leemos y colaboramos entre nosotros dentro de nuestra pequeña burbuja de autopublicación y buen rollo. ¿Y sabéis qué? En los últimos tres años, algunas de mis mejores lecturas han sido de autopublicados. Por eso me mosquea esa idea infundada que equipara autopublicado a baja calidad. Y me vais a disculpar la expresión, pero: ¡Y una mierda!

Hay calidad literaria a raudales (Ana y Fran, a los cuales he leído más de una vez, son un claro ejemplo) y algunos libros son verdaderas joyas por su maquetación y edición. Yo mismo, por ejemplo, cuido mucho esos aspectos. Intento hacer libros diferentes, con ilustraciones y maquetaciones visualmente agradables que se alejen de la clásica sucesión de cabeceras de capítulos y párrafos de letra diminuta. Y os puedo asegurar que hay mucha gente por ahí que hace verdaderas maravillas.

Pero incluso nada de esto hará que dejemos de ser eso que ha acuñado el propio Fran: “Worstsellers”. Y es que donde fallamos la mayoría es en el marketing, en ser comerciales y vendedores de nuestras creaciones, infravaloradas y perdidas en un marasmo de autopublicados que no hace más que crecer y crecer. Y ya no entro a valorar los géneros cultivados. Yo, por ejemplo, me dedico a la fantasía y a la ciencia ficción… ¡Ciencia ficción! ¿Pero hay alguien que lea eso? Hay que estar loco.
Pero bueno, no desesperemos, como ya he dicho. Seguiremos escribiendo porque, a pesar de todo, es lo que nos gusta. ¿Hay acaso una razón mejor para seguir haciéndolo?

FRANKY:

Sabía yo que invocarte sería buena idea…
También cito del amigo Antonio: “una carrera de fondo… y en la mayoría de los casos, una carrera sin meta en lontananza.”
Hace unos años se puso de moda salir a correr, y sobre todo participar en carreras molonas, y de repente yo (que he salido a correr durante años, sin modas de por medio, incluso tratándome de majara el personal de vez en cuando) me vi reducido a la cutrez más absoluta en el mundo de… ya no sabía ni cómo decir, ¿runing? Yo no tenía ropa especial, riñonera con sitio para ocho botellas de agua, sobrecillos con no sé qué porquería de cafeína, barritas energéticas en un compartimento secreto de las zapatillas… ¡De repente yo no era nada! Pero sobre el asfalto me los comía a todos, por esto que decía Antonio: fondo.
Y cuando nos trasladamos a las letras el fondo es esto: la enjundia literaria de cada cuál, lo que antes llamé bagaje, cultura, etc. Escribimos (y corremos) porque nos gusta, y de ahí esas epifanías producidas por un solo lector.

Es cierto que podemos sacar un libro de aquí, por lo que veo; así que voy cortando ya e invoco, por el poder que Espiademonios me ha otorgado, al último contertulio: David Morales, conocido por empuñar un martillo mítico con el que golpea el yunque literario del mundo. Cierra este articulillo, querido viejo cojitranco, con alguna de tus impresiones, por favor:

DAVID:

Hace mucho tiempo que me crucé con mi primer “autor independiente”. Aún no empuñaba mi martillo y desconocía las cloacas del mundo literario. En aquella época tenía la romántica idea de que quien tuviese la calidad suficiente, terminaría por ser publicado. Y de que quien fuese publicado, podría vivir de la escritura. Era un ingenuo, un ignorante o ambas cosas. Escribir no da dinero si no eres uno de los “grandes” o creas un “producto de consumo masivo” (como el de la señora de Cuenca a la que mencionas, Ana). Casi nadie vive de sus novelas y ser fichado por una editorial importante pocas veces tiene algo que ver con la calidad.

El libro en cuestión me gustó. Llegué hasta él a través de una comunidad de lectores en la que acababa de registrarme. Tal vez por eso, por mi falta de “experiencia”, presté atención a un joven chileno que compartió gratuitamente un capítulo de su obra. Probablemente fui el primero y el último que se aventuró a hacerlo porque los demás, lectores más avezados, ¿para qué se iban a interesar por un don nadie? Y es que el mundillo literario-crítico-lector está lleno de “entendidos” (como aquellos runners a los que te encantaba humillar, Franky).

Casi todas las novelas autopublicadas que leí antes de encender la fragua fueron, como mínimo, dignas. Pero pronto llegaron las decepciones. Instagram me contaminó y me dejé arrastrar por la euforia de hooligans y groupies al servicio de escritorzuelos que publicaban sus panfletos a través de Amazon. La decepción fue grande. El daño casi irreparable. Las redes sociales os dan tanto como os quitan. Pensadlo. Aunque entiendo que sin ellas no podríais vender ni un solo ejemplar.
El caso es que decidí huir de ellos (y de vosotros) como de la peste. Pero el tiempo todo lo cura y, poco a poco, fui conociendo a gente que parecía haber escrito cosas interesantes hasta que, por suerte para mi, OS di otra oportunidad.

Mi intervención en este artículo no pretende ser, ni de lejos, una defensa a ultranza de la autopublicación. No me gusta Amazon por diversos motivos que no vienen a cuento. Es cierto que gracias a esta plataforma nos han llegado obras magníficas, pero sus puertas son demasiado amplias. Las atraviesan tanto quienes desean escribir y ser leídos, como quienes solo buscan ser alabados y aplaudidos. Los lectores que se acerquen a vosotros han de aprender a distinguir el grano de la paja, no dejarse llevar por las modas y observar si aquellos que arrastran legiones de seguidores lo hacen por su calidad literaria, su simpatía, su cara bonita u otras cuestiones. Es difícil. Tanto como con los autores de editoriales tradicionales.

Sin embargo, no hay duda de que Amazon es un mal necesario desde vuestro punto de vista (no desde el de los pequeños editores a los que está haciendo mucho daño, pero de eso hablaremos otro día). Existen alternativas para quienes sabéis que tenéis talento, por supuesto, pero son opciones aún peores. Hay muchos sellos especializados, empresas que cobran a los autores por una edición cuya calidad casi nunca es la prometida, que no promueven las obras de sus clientes y que, además, les exigen un porcentaje por los ejemplares que ellos mismos han vendido. Otra opción son los concursos, claro, pero cuidado: en España hay demasiadas asociaciones “sin ánimo de lucro” que publican antologías esperando que tanto los escritores seleccionados, como sus familiares y amigos, compren un ejemplar.

El panorama, para quienes soñáis con crear vida sobre el papel y no habéis tenido la suerte de caer en una editorial decente, es desolador. Pero la literatura, como la vida, siempre se abre camino. Aferraos a lo positivo. Es cierto lo que decías, Antonio: hay calidad a raudales. Debemos terminar entre todos con el tópico de que las autopublicadas son, en el mejor de los casos, novelas ramplonas y mal escritas. Desde mi punto de vista, quienes os habéis embarcado en esta aventura por amor a las letras, tenéis tres puntos fuertes a vuestro favor:

• Sois muy trabajadores, como demuestra el hecho de que lleguéis a casa tras vuestra jornada laboral y os sentéis a escribir a sabiendas de que después os tocará encargaros de todo el trabajo de edición, publicidad, etc.

• Sois valientes, ya que, como decías al principio, Franky, no contáis con ningún experto a vuestro lado asegurándoos que estáis en lo cierto, que vuestras obras merecen la pena.

• Sois libres, pues carecéis también de editores y correctores de estilo que os digan qué escribir o cómo hacerlo.

¿No os dais cuenta? Vosotros, los auténticos autores independientes, podéis ser dioses.
Lluís Rueda dijo, en la entrevista que le hice, tres frases que no han parado de rebotar en mi mente:
“La mayoría de novelas ya nacen sentenciadas para el olvido”.
“La literatura es un gran cementerio y el milagro de la inmortalidad es escaso”.
“De entrada ya todos somos malos escritores, así que vamos a jugar sin complejos y a ver que sale”.

Pensadlo. Sumad esto a las virtudes que os he enumerado y comprenderéis que nada os impide traspasar cualquier límite o barrera ¡Convertid vuestras carencias en fortalezas! Tenéis la posibilidad de innovar, inventar, reinventar o destruir lo que queráis (esto último va especialmente por ti, Franky). No sufráis demasiado por no contar con un sello editorial al que obedecer, un mercado cambiante al que satisfacer y una imagen estandarizada que dar. Algo sé del otro lado, del más tradicional e institucionalizado. Del que antepone el negocio a la literatura. Creedme, vosotros, los buenos, no sois tan desafortunados.

Quería hablar de más cosas, pero me estoy extendiendo demasiado. Solo añadiré una: no os flipéis. Que os hayáis (nos hayamos) encontrado en este espacio-tiempo no tiene ningún mérito. No hay fuerzas ocultas ni hemos sido guiados por el destino. Era inevitable. Ni siquiera nos estábamos buscando. Simplemente hemos sido arrastrados por nuestra pasión hasta el lugar en el que aún pervive su esencia. Así que dejaos de abrazos y palmaditas. Poneos a escribir, que necesito leer cosas buenas.

FRANKY:

¡La voz de la Razón!
En una de las últimas entrevistas que me hicieron, los amigos de Casa Drojan, afirmé algo así como “seguramente si una editorial me ofreciese un contrato lo rechazaría por la sencilla razón de no soportar que alguien meta mano en mis escritos absurdamente y guiado por parámetros comerciales o algo así…” Y es que es verdad lo que dices, David: soy (somos) condenadamente libre a la hora de escribir, da igual si lo escribo en dos piedras estilo Jehovah, o en papel del váter…


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Francisco Santos Muñoz Rico
REDACTOR | Website | + posts

Esta entrada tiene 9 comentarios

  1. Ana Gomila Domènech

    Compañeros, y especialmente Franky, hosanémonos: nos ha salido un artículo condenadamente bueno. Estamos entre los grandes, aunque al mundo le cueste enterarse 😉

    (5/5)
    1. FRANKY

      Jajaja, Hosanna Hosanna!!!

    2. Belén Cardona

      Ya he leído el artículo Ana, me ha encantado! Tenéis mucho mérito! Para los que adoramos la literatura y deseamos en secreto haber nacido con el don de crear, de escribir… para mi… sois dioses!! Adelante!!

      (5/5)
  2. Morrigang

    Marditoh roedoreh, no habéis dejado nada por decir para los demás (◠ᴥ◕ʋ)

    (5/5)
    1. FRANKY

      Pues estaba pensando en una segunda parte... solo por invocar a todos los que quería

      (5/5)
  3. León

    Si los que os autopublicáis sois tan estupendos y morrocotudos imaginaos los que ni siquiera nos autopublicamos. Ni si quiera nos podemos conocer entre nosotros. Nosotros si que somos lo mejor de lo peor 😙

    (5/5)
    1. FRANKY

      Jajajaja
      Es cierto, querido amigo: tu literatura es mejor que la Shakespeare y andas en las sombras, bebiendo pepsi max y comiéndote los mocos... mientras que el mundo sigue girando.

      (5/5)
  4. Carlos Ruiz Santiago

    Artículo imprescindible

    (5/5)
  5. Yolanda Martín

    De diez. Sin más. Reflexiones que yo misma me hago muchas veces.
    No sé si lo que escribo es bueno o malo, pero puedo asegurar que lo disfruto. Son mis historias, soy libre de contarlas como quiera. Y como se dice en el artículo, si encima encuentras algún lector desconocido que se apasiona con tus relatos... ¡Eso ya es la leche!
    Felicidades, Franky y compañía por este artículo. Fuerza para seguir autopublicando.

    (5/5)

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