Icono del sitio

Ausencia

Relato de Alberto de Prado.

Basado en una historia real.

El silencio lo domina todo. Habita en cada rincón de la vieja casa, en sus paredes y ventanas, en el jardín ahora mustio por los rigores del invierno y hasta en su alma. El silencio corrompe recuerdos de décadas de luchas, esfuerzos e ilusiones que ahora parecen baldíos. ¿Quién podará los rosales o arrancará las malas hierbas antes de que lo invadan todo? ¿Quién cortará la leña con la que mantener viva la llama de aquel hogar? La casa, que con tanto esfuerzo levantaron entre todos, nunca volverá a ser la misma.

Se sienta en el borde de la cama recién hecha con mirada de realidad perdida. Ha dejado todo igual que cuando él se fue, sus gafas en la mesita, el pijama bajo la almohada y las facturas por pagar en el cajón. No le quedan más reproches que hacerle, ya no. ¿De qué serviría? Ha tenido tiempo de perdonarle por sus faltas y por los sentimientos nunca mostrados. Él decía que no era necesario, que el amor no podía expresarse con palabras, solo con hechos. Jamás mentía, salvo en esto.

Sus hijos ya no están, han dejado la casa familiar para buscar una nueva vida en una de esas grandes ciudades donde entre el ruido y la prisa se encuentra de todo. De todo menos una verdadera vida. Sí, vinieron a hacerle compañía unos días, pero pensaban que aquel pueblucho de mala muerte no tenía nada ya que ofrecerles. Se fueron. Vuelta a la soledad y una ausencia que se clava cada vez más honda en su pecho. ¿Cómo soportar tanto dolor?

Comienza entonces a hablar con él en las eternas noches de vigilia o cuando despierta tras una de las recurrentes pesadillas en las que se sumerge cuando al fin cierra los ojos vencida por el sueño y el agotamiento. Después lo llama también de día, le cuenta sus preocupaciones y su anhelo por recuperar a sus hijos, su deseo de verlos de nuevo a su lado. Empieza a pedirle consejo… y él le responde. Ve su rostro sonriente frente a ella. Siente sus palabras cariñosas aunque no las escuche. ¿Estará perdiendo la cabeza? ¿Es solo una alucinación por culpa del cansancio? En el fondo no tiene importancia porque para ella es lo bastante real cómo para aliviar la carga de su pena y olvidar por un instante su ausencia.

Esta mañana se ha desatado una tormenta. El cielo negro como una profunda caverna descarga su furia sobre el pueblo. El agua corre por las calles y golpea en los cristales de las ventanas. Parece querer engullirlo todo. Ella cree escuchar un ruido, sube las escaleras y entra en la habitación. En ese instante, las gafas de su marido se caen de la mesita, cómo si le estuvieran diciendo que mirase algo. Pregunta qué sucede. No hay palabras, pero no hace falta. De alguna forma, ella SABE la respuesta, sabe que debe mirar en la habitación contigua. Entra en la estancia abuhardillada. La ventana abatible está abierta y el agua se cuela inundándolo todo. La cierra y limpia distraída mientras su cabeza no deja de darle vueltas a lo ocurrido. ¿Es cierto que él le ha advertido o se estará volviendo loca? Pero las semanas fueron pasando y no fue la última vez que sintió su presencia. El seguía ayudándola, estaba segura, a resolver los problemas con la casa y el negocio, a veces incluso ANTES de que surgieran.

Una mañana se despertó sobresaltada. Él estaba de pie junto a su cama, vestido como la última vez que lo vio, con los mismos pantalones de lona marrones, la misma cazadora de cuero negra y la gorra de tweed que ella le había regalado. Sonriendo con una mirada pícara,  sus labios formaron un TE QUIERO sin palabras. Luego se dio la vuelta y salió por la puerta mientras su figura se difuminaba en la oscuridad. Cuando ella fue capaz de reaccionar salió tras él corriendo. Escuchó el sonido de la puerta de entrada y bajó las escaleras tan deprisa como pudo. Al abrir la puerta vio cómo ya se alejaba por el camino que subía hacia el bosque de la colina cercana. Le llamó a gritos. Él se giró, levantando una mano en señal de despedida y esta vez, antes de desaparecer del todo, escuchó su voz con claridad a pesar de la distancia:

—Serás feliz de nuevo. Ya no me necesitas.


¿Te ha gustado esta entrada? Déjanos tu valoración y tu comentario.

Síguenos en redes sociales a través de Twitter e Instagram.

Salir de la versión móvil