Tercer clasificado del II Reto Libélulas Negras de relato corto.
Autor: Janeth Cedeño Velasquez
Una libélula blanca moría congelada en el vitral de la iglesia.
Sus alas tran frágiles como la bondad humana quebrándose ante la oscuridad…
La primavera ha terminado, el invierno ha hecho acto de entrada en la ciudad, las calles están cubiertas de nieve, los ventanales obstruidos por los copos y las personas agazapadas hasta las orejas contra el impávido frío.
No obstante, el bosque de Halia se mantiene reverdecido, imponente e inmutable. Las leyendas dicen que es mágico, otros dicen que es infernal.
Ansío que sea la segunda opción, pues tengo toda mi vida buscando el infierno sin poder hallarlo. Detesto la luz y todo lo que conlleva su superficialidad.
La luz de Dios, nunca podrá tocar mi alma.
La misa se acaba con las palabras del padre que la preside. El desgraciado está exhausto de fingir, tanto como yo lo estoy de mantener la compostura cuando lo único que quiero es sucumbir a los deseos que rondan mi mente sin descanso.
Tan cansado de no poder ser quien soy.
Me recuesto del barandal de la escalera mientras espero que mi remilgada madre se despida de sus comadronas calenturientas.
La dulce Anne tropieza con mi hombro en un intento por no caer por los escalones y la sostengo en mis brazos. Su cabello castaño cae en ondas hasta su cintura, sus ojos ávidos de nuevas emociones me miran expectantes de que la invite a salir, sus labios rojos y tentadores a un solo acto de rebeldía para degustarlos.
Lo único que me detiene, es la atadura invisible que me obliga a ser persona, y no lo que en realidad soy.
Porque cuando decida romper esa atadura, no podré parar.
—Lo siento —menciona con sus mejillas ruborizadas.
—No lo sientas, siempre es un placer tenerte cerca, dulce Anne —comento con sutil cercanía, logrando afectar sus latidos.
La chica sonríe de forma inocente… Tan malditamente inocente.
—Eres todo un coqueto —susurra, llevando un mechón de cabello tras su oreja.
—Solo con quien lo merece —señalo, y me dispongo a retirarme.
Anne toma mi brazo en un inusual arrebato de valentía.
—¿Te gustaría dar un paseo? —pregunta— Esta noche habrá una lluvia de estrellas —agrega.
Sonrío levemente, si Dios existe, es un psicópata igual que yo, al entregarme su rebaño de esta forma.
—¿No te asustan los rumores sobre lo que pasa en el bosque? —inquiero bajando la voz, manteniendo nuestra charla lo más íntima posible.
—Son solo rumores —contesta confiada—. Además, estando contigo me siento segura.
«Oh, pequeña liebre», pienso y me rindo a lo que ha marcado nuestro destino.
Si esos eran los designios de Dios ¿Quién era yo para desobedecerlo?
—Me parece que tenemos una cita —pronuncio mientras rozo ligeramente su brazo—. Y un pequeño secreto —sugiero con una sonrisa confiada.
La chica solo puede asentir risueña.
Mi madre se acerca y tras una ligera despedida, ambos tomamos caminos diferentes hasta que llegue la noche.
La luz se oculta tras el ocaso.
Y las estrellas iluminan mi sombra acechando a mi presa.
Su presencia es anunciada por el ligero sonido de las ramas que pisa en su recorrido, la dulce Anne ha decidido utilizar un hermoso vestido vinotinto, para nada tan remilgado como el que ha llevado a la iglesia en la mañana, una inútil chalina cubre sus hombros y sus pies resienten los tacones que ha elegido para caminar en una superficie tan multiforme como la del bosque.
Se ve tan hermosa, tan apetecible, tan débil…
Mis sentidos se sienten famélicos ante la vista, la bestia en mi interior ruge por liberarse, pero lo mantengo a raya, sabiendo que la paciencia me otorgará un panorama más sublime al llegar a la cabaña.
—Estás hermosa, dulce Anne —halago, mientras me acerco a su cuerpo y la sostengo de ambos brazos, acercando mis labios a la comisura izquierda los suyos y depositando un tierno beso.
Ella se estremece y una risa nerviosa la delata.
—Me he vestido para ti —confiesa, y sé que es cierto.
Su disposición enorgullece mi ego, y prosigo con nuestro recorrido enredando nuestros brazos juntos y adentrándonos en el bosque.
Se oye el ulular de un búho, las ramas al ser apartadas en nuestro camino, la luna siendo nuestra única guía natural a través de aquel sendero y una pequeña linterna que pesa sobre la mano derecha de Anne.
El viento resopla con fuerza, la temperatura ha descendido considerablemente y ya la chalina no hace mayor bulto en el tiritar de su cuerpo ante el frío.
Me quito la chaqueta y la coloco sobre sus hombros, ella corre el cuello de la chaqueta por su mejilla inhalando el perfume, es una absoluta y descarada maravilla observarla.
La oscuridad se vuelve más espesa con cada paso que damos, y un pequeño tinte de sorpresa empieza a nublar su actitud.
—Pensé que iríamos al lago, es el mejor lugar para ver las estrellas —menciona, su voz con un sutil tono de extrañeza.
—Conozco el lugar ideal para nosotros. —Nos detenemos, me planto frente a ella y sostengo su rostro entre mis manos—. ¿Confías en mí? —pregunto.
Ella duda uno segundos, pero termina asintiendo.
Casi siento pena por ella.
A los pocos minutos, la luz de la linterna lograr da con los escalones de la cabaña.
La ayudo a subir cada escalón y antes de que abra la puerta, la aprisiono contra la superficie y acaricio su rostro con suavidad y parsimonia, grabando en la yema de mis dedos la textura de su piel y su expresión ansiosa, acerco mis labios a los suyos y la beso con lentitud.
Cumplo su deseo, sintiendo como la satisfacción corre por sus entrañas y surge por su garganta en la forma de un adorable gemido.
Nos separamos y siento su respiración agitada sobre mi mejilla. Dado que he cumplido su deseo, decido que es momento de que ella cumpla el mío.
Me alejo lo suficiente para que se de media vuelta y abra la puerta de la desvencijada cabaña, la madera cruje bajo el impulso y antes de entrar, se voltea y me pregunta:
—¿Cómo has encontrado este lugar? No parece algo propio de ti ser un niño explorador —susurra.
—Tal vez no me conoces —respondo impaciente porque termine de entrar.
—Te conozco lo suficiente para saber que eres el chico más confiable de toda Halia —asevera Anne.
Finalmente gira sobre sus pies y dando sus primeros pasos al interior del refugio.
Sonrío con desgana ¿Cuántas veces habré escuchado esa frase en mi existencia?
—“Ningún hombre ha sido nunca por completo él mismo, pero todos aspiran a llegar a serlo, oscuramente unos, más claramente otros, cada uno como puede” —recito la frase de Demian de Hermamn Hesse.
El silencio tras mis palabras solo dura unos segundos. Antes de que el primer grito se haga cargo del ambiente.
Siento mi sangre hervir ante el miedo que ahora refulge en el aire unido al intenso olor de la sangre y de los restos en descomposición.
De un solo golpe cierro la puerta.
La dulce Anne mueve la linterna con desenfreno sobre cada centímetro del suelo y de las paredes, degustando la obra maestra de la cual pronto será parte.
Se voltea hacia mí, está temblando y pienso que es a causa del miedo y el frío… Sin embargo, al ver sus ojos desorbitados y escuchar su respiración agitada, el entendimiento me golpea con fuerza.
No está asustada… Está extasiada.
Su interés es entrañable cuando acerca su mano a la mesa de herramientas y sus dedos se llenan de sangre. Se acerca a mí y la unta en mi mejilla antes de besarme justo en ese lugar.
Es perfecta.
Una libélula blanca murió en la iglesia, una libelula negra nace justo frente a mis ojos.
Suspiro enaltecido, he encontrado a mi otra mitad. La noche transcurre entre juegos de sangre y muerte.
El pacto de dos libélulas negras, dos almas conectadas alzando el vuelo.
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