Relato de María José Bravo Moñino.
¿Cómo se aprende a dejar ir lo que no es para ti?
No sé hacerlo. Solo intento alejarme, cada día un poco más, pero siempre vuelvo a ti. Te busco en mi amanecer, pensando que estás en mi cielo, guiando mis pasos cuando tiemblo de miedo.
Sí, miedo. Mucho miedo de avanzar sin ti. No, es algo más profundo. Se trata de darte la razón al comprobar que solo dependo de mi misma, que no importa si me acompañas o no, que mi sonrisa tan solo depende de mí y no de quién me rodea.
Dime cómo puedo hacerlo sin que mi alma se desgarre, cómo acostumbrar a mis días a que queden vacíos de tu risa.
Es tan fácil caer en lo fácil y dejarme llevar al fondo, quedarme allí esperando tu mano, esa que nunca llegará hasta mí, que no me salvará.
Soy mi propio caos y, si no consigo controlarme… Acabaré explotando sin saber quién más podría salir perjudicado. Y jamás quisiera hacerte daño.
Es ahí cuando lo siento. Hay algo en mi interior.
Algo que nace muy profundo y me muestra claridad. El velo descubre mis ojos y puedo notar la calidez brotando de nuevo.
Es una sensación agradable, como los rayos de sol calentando la piel de una primavera aún dormida. Un agradable bienestar que me llena las entrañas.
Una chispa, una ilusión, una nueva meta que alcanzar. El poder está en mi mano. Solo yo puedo salvarme, sólo yo decido cuán alto volar.
No lo vi en el brillo de tus ojos, sino en mi reflejo en los tuyos.
Me levanto más fuerte que nunca.
¿Tropezaré? Sí, una y mil veces. ¿Caeré de nuevo al lodo? Sí, no lo niego.
¿Me levantaré? Nunca lo dudes.
