Los terrores infantiles nacen de lo más profundo, pero desaparecen con la luz. En el relato A través del espejo, Ainara, una niña de once años, descubrirá dónde habitan sus miedos.
A través del espejo
Sandra Gómez Moreno
Llevo varios minutos despierta.
Pestañeo.
No quiero levantar la mirada porque ya sé lo que va a suceder.
Me incorporo y de rodillas, encima del colchón, me doy la vuelta y miro hacia la pared como si de una mañana a otra fuera a cambiar algo.
Los mismos colores pálidos, los mismos rayos de sol que se inclinan exactamente igual desde hace un mes.
Tuerzo mis labios en un intento de sonrisa siniestra, aunque los latidos de mi corazón no muestran felicidad alguna.
Giro la cabeza hacia mi derecha, mi padre duerme plácidamente.
En la misma dirección hay un armario marrón empotrado y comienzo la cuenta atrás: tres, dos, uno…
Ahí está.
De sus entrañas sale alguien huesudo, desgarbado, oscuro como una noche de luna nueva. Su mirada inyectada en sangre me mira con una única intención: matarme.
Quiero llamar a mi padre, pero mi boca está sellada y no emite sonido alguno.
El ser se dirige hacia mí, despacio, mostrando sus dientes afilados deseando engullirme.
Papá no despierta, sigo quieta, estoy asustada y el monstruo ya ha girado la esquina de su cama.
Me cuesta respirar, el sudor corre por mi pálido rostro.
¿Por qué no se oculta? ¿Por qué no desaparece como todos los días? Algo va mal.
El ser se relame con gusto, tanto, que de su boca cae un hilillo de baba ¡Qué asco!
Para colmo, sus ojos centellean y me fijo en sus garras afiladas con la clara intención de arrancarme las entrañas.
Quiero escapar, quiero huir, pero no puedo. Estoy errática, aterrada, angustiada.
Ya llega, ya me alcanza.
Siento su boca al lado de mi cabeza. Oigo su jadeo y huelo su pútrido aliento.
Quiero vomitar, aunque lo único que expulso es la bilis que hace que me arda la garganta.
Cierro los ojos en un intento de protegerme ante lo inevitable.
«Me va a comer, me va a comer», pienso.
Cuando pasan unos instantes y veo que no me ha devorado, alzo mi rostro.
Le miro a los ojos. Su mirada es completamente negra. No distingo iris alguno, supongo que será el reflejo de lo que lleva dentro de su alma.
De repente comienza a hablar con una voz profunda y rota:
—Te comería ahora mismo, niña. Es lo que más me gustaría en el mundo, pero lo he pensado mejor y tú puedes serme de gran utilidad.
Sigo sin poder abrir la boca.
Solo observo a ese ser venido del inframundo que hace unos instantes me quería engullir y ahora me habla, ¿qué demonios querrá?
Viendo que no articulo palabra sigue con la explicación:
—Eres poderosa, más de lo que tú te crees. Y necesito que me ayudes.
Levanto la ceja como signo de interrogación.
—Por tu gesto veo que no comprendes nada. Llevas más de un mes viéndome, ¿no te has preguntado por qué?
Niego con la cabeza.
Con su huesuda mandíbula y su piel reseca intenta sonreír, pero le sale una mueca entre grotesca y horripilante.
Continúa:
—Te propongo un pacto: tu vida por la de tu padre. Su sangre por la tuya, su muerte por mi vida y te dejaré tranquila.
Llevo treinta días viviendo este infierno, viendo cómo cada maldito amanecer una bestia que sale de detrás de un armario se esconde debajo de la cama de mi padre y al día siguiente, por arte de magia se repite todo de nuevo, como un día de la marmota siniestro y macabro. Ahora pretende que dé la vida de mi padre para que ese ser y yo sigamos existiendo. Jamás.
—No. —respondo sorprendiéndome al escuchar mi voz reseca y ajada.
El espantajo se sorprende ante mi respuesta.
No sé cómo he sido capaz de contestar, y tampoco entiendo cómo permanezco quieta cuando lo único que quiero hacer es gritar y salir corriendo.
Le noto pensativo, me observa sin pestañear demostrando que su mente no procesa lo sucedido.
Al poco replica:
—Todas los niños a los que le ofrezco el pacto dicen que sí, aceptan mi oferta sin rechistar y tú, ¿por qué te niegas?
No lo sé, no tengo respuesta ante lo que me pregunta, aunque tampoco hay explicación alguna para lo que está sucediendo.
De pronto, sin comprender bien cómo, la habitación se sume en la oscuridad más profunda y aterradora.
A mi derecha escucho un grito terrible. Me estremezco, y el bramido se repite una y otra vez, enfurecido, enrabietado.
—¡¡Déjala en paz, malnacido!! —exclaman.
Esa voz… Esa voz…
Papá…
No sé lo que está ocurriendo, escucho un forcejeo, golpes y gritos.
Por favor, por favor, que no le pase nada…
Aun en penumbras, cuando estoy a punto de incorporarme, un peso cae sobre mí, haciendo que caiga de bruces a la cama.
—¡Socorro! ¡Socorro! ¡Papá! ¡Papá!
La luz regresa golpeando mis ojos, deslumbrándome por unos instantes.
Cuando reacciono, veo a mi padre erguido, ensangrentado de pies a cabeza.
Agacho ligeramente el rostro y encima de mi torso tengo el cadáver del monstruo que me quería comer.
Quiero quitármelo de encima, pero sigo paralizada.
Mi padre me saca a rastras de la cama. Mi camiseta de color blanco está teñida del líquido carmesí de ese engendro.
Las piernas me fallan, y mis ojos solo pueden ver cómo el torso de papá también está lleno de sangre.
Está herido, está herido. Me voy a quedar sola…
Mi cerebro va como una centrifugadora a punto de estallar.
—¡Hija! ¡Hija! ¡Estoy aquí! ¡Mírame!
Me zarandea.
Sabe que lo que he visto es muy duro de asimilar para una niña de once años.
Se agacha y posa sus ojos azules en los míos.
—Ainara, cielo.
Me acaricia el rostro con las manos viscosas, llenas de sangre.
Le miro sin ver nada, creyendo que mi padre es un fantasma y que quien está encima de mi cama forma parte de una pesadilla.
—Ainara, Ainara…
—Papá…—atino a decir con un hilo de voz.
Me abraza y al sentir su calidez rompo a llorar.
—Ya está, ya pasó —susurra acunándome.
Pasan varios minutos en los que la calma va llegando y alejo mi rostro de su hombro.
—¿Qué ha pasado? ¿Qué era eso?
Cierra los ojos y suspira. Mi padre comienza a hablar sin parar. A pesar de mi corta edad tengo la sensación de que quiere soltar de golpe todos los demonios que le comían por dentro.
—Hija, todo esto es por mi culpa. El monstruo que tú has visto, lo vi por primera vez cuando yo tenía tu edad. Estuvo más de un mes persiguiéndome. Siempre a la misma hora, con un método muy parecido, solo que en casa de mis padres salía de detrás del espejo. Las primeras veces que sucedió pensaba que era producto de mi imaginación, que estaba soñando, pero no. Un día tras otro, salía y se escondía en la esquina de la cama de mis padres. Hasta que un día se me acercó y me planteó el mismo pacto que te acababa de proponer.
»Mi respuesta fue: si vimos sombras es que siempre hubo luz. Y desapareció.
»Pensé que había sido para siempre, pero estaba equivocado. Hace tres noches le vi. Me di cuenta de cómo te miraba, sabía cuál era su intención. Y no te había dicho la frase que evitaría que el monstruo se acercara.
»Y cuando le he visto tan cerca de ti, me he querido morir. Mi única opción era esconder un cuchillo debajo de la almohada y esperar a que se acercara, aunque temía que fuera tarde.
»Cuando estaba analizando tu respuesta, me he acercado por la espalda, he bajado la persiana de golpe y sin dudarlo he apuñalado varías veces su costado y su cara hasta que he notado que se desplomaba, con tan mala suerte que ha caído encima de ti. Solo puedo decirte una cosa más: lo siento, hija. Perdóname.
Y poniéndose de cuclillas, rompe a llorar.
Me abraza por la cintura, y la pena que me produce es infinita.
—Papá, ya está, no llores más, no quiero verte así. Todo ha pasado, todo va a estar bien.
Tengo once años y me cuesta procesar todo lo que ha sucedido.
Pero cuando hablamos sobre monstruos siempre estamos expuestos a que algo malo suceda.
De pronto, la oscuridad cubre de nuevo la habitación y percibo que algo no va bien. Alguien nos abraza con fuerza, inmovilizándonos, e inmediatamente después, nuestros cuerpos besan el suelo. Mi padre, a causa del golpe que se da en la cabeza, cierra sus ojos y me temo lo peor.
Por más que intento soltarme es imposible e impotente, siento cómo alguien nos arrastra. El juego de luces entre la oscuridad y el amanecer hace que reconozca el suelo del pasillo, pero algo no me cuadra. El recibidor de nuestra casa no es tan largo y quien quiera que nos lleve como sacos de patatas está caminando más de la cuenta. Intento levantar mi cara para ver quién tira de nosotros, pero al mover el cuello un latigazo hace que vuelva a la posición original. Quiero gritar, pero tengo la garganta tan reseca que solo emito una especie de gruñido gutural.
Minutos después las baldosas de mi casa cambian radicalmente y un suelo de madera astillado, polvoriento y lleno de sangre nos recibe arañándonos el rostro y el alma.
No sé dónde estamos, no sé quien nos arrastra y qué es lo que va a ser de nosotros.
Nos paramos en seco.
Escucho unos pasos dirigirse hacia el fondo.
A pesar de la penumbra, y aunque me cueste distinguir donde nos encontramos, veo un espejo gigante ovalado que cubre gran parte de una pared.
Me muevo encogiendo y extendiendo mi cuerpo con la intención de escapar y salvar a mi padre que sigue inconsciente.
—No podrás huir, niña estúpida. Quédate quieta de una maldita vez, joder.
¿Esa voz no es la del monstruo? ¿No lo había matado papá?
Comienzo a respirar más agitada, mucho más nerviosa.
Esto no está pasando…
Los pasos del ser se acercan a mi cabeza. Se detiene, y de cuclillas agarra mi pelo haciendo que mire su rostro demacrado por las puñaladas que le ha dado mi padre.
—Nadie intenta matar al monstruo del armario. Quien lo pretenda será castigado de por vida.
Deja caer mi cabeza haciendo que me golpee y a causa del dolor de cuello, me maree ligeramente.
A pesar de ello puede ver cómo abre el espejo gigante y como si fuéramos dos cuerpos muertos nos mete en su interior.
Recuerdo a la perfección la frase que dice antes de encerrarnos en él:
—Sed bienvenidos a vuestro nuevo hogar. Nadie os verá a través del espejo.
Y con un portazo nos sume en la más absoluta oscuridad.
Papá despierta tras un tiempo que ya no sé calcular.
Solo comprendo que estamos encerrados en un mínimo espacio lleno de suciedad, moho y olor a humedad. Intento aguantar las arcadas, pero llegará un momento que vomitaré hasta lo que no tengo en el estómago.
Mi padre a pesar de lo grotesco de la situación, no pierde la esperanza y ha observado que el espejo pertenece a una habitación más o menos abandonada, aunque escucha ruidos en la casa.
Yo le digo que no hay nadie vivo aquí, que este edificio huele a muerte.
Él no opina como yo y a causa del frío, se forma vaho en el cristal del espejo por lo que papá ha comenzado a escribir la frase que le liberó del maldito ser que ahora nos ha encerrado:

Intento contagiarme de la ilusión que tiene mi padre, pero el miedo atenaza toda esperanza.
No sé si alguien vivo o muerto subirá a esta alcoba más extinta que vital.
Solo espero que ningún niño o ninguna niña vea a un monstruo que sale de detrás del espejo o del armario.
Sino, queridos padres, enseñadles la frase que les podrá salvar la vida: “si vimos sombras, es que siempre hubo luz”.
FIN
Entradas relacionadas que podrían interesarte
- Leer> Relato: corazón
- Leer> Relato de terror: Silbido
¿Te ha gustado este relato? Déjanos tu valoración y tu comentario.
Queremos ofrecerte el mejor contenido. Ayúdanos a seguir creando y a mejorar colaborando con nosotros en Ko-fi y obtén recompensas muy especiales.
Síguenos en redes sociales a través de Twitter e Instagram.
