A pleno día

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Finalista del reto Relato-Putada.

Condiciones: historia vampírica ambientada en un futuro distópico. No se permite el uso de la letra F.

Relato de C.G. Demian.

Las calles permanecían desiertas a plena luz del día. Sin embargo, la noche las llenaba de vida. Cientos de sombreros se desplazaban por las aceras en un trajín carente de sentido. Marcel lo observaba todo, agazapado en su estudio de la última planta del bloque Cometa. Hasta donde él conocía, no había otros seres humanos en la ciudad.
Al menos vivos.
Bajaba por la escalera de incendios, siempre al mediodía. A esa hora, las persianas de todos los apartamentos permanecían bajadas y las cortinas corridas. Entonces se sentía libre, después de las largas horas de encierro, tenía el mundo a sus pies. Abandonaba la prisión en la torre para recuperar su corona y convertirse, de este modo, en el monarca de un reino sin súbditos. Recorría las calles en busca de cualquier cosa que pudiera echarse a la boca. Todavía le costaba reconocerlo, incluso a sí mismo, pero había desarrollado cierto gusto por la carne de rata. En la ciudad abundaban, y él solo tenía que estirar el brazo para cogerlas. «El rey de las ratas», ese era el nombre que se había impuesto, un título que otorgaba tanto dignidad como castigo. El tiempo que le restaba lo pasaba hurgando en la basura, colándose en algún establecimiento abandonado o, simplemente, tomando el sol, tumbado en mitad de la calle, con la camisa hecha un ovillo sirviéndole de almohada. Se había acostumbrado al olor nauseabundo de la ciudad, ahora le resultaba cálido como un hogar. En su ausencia, le hubiera costado conciliar el sueño.
Uno de esos días, de repente, abrió a los ojos y la vio. De pie, junto a él, había una mujer alta y bien parecida, de rostro sereno y colmillos demasiado largos para comer naranjas. El Rey Rata se levantó de un salto, aunque su agilidad poco importaba, si intentaba huir, ella lo atraparía de todos modos.
─Pensaba que no quedaba ninguno como tú.
La voz de la mujer era espesa como una noche con niebla.
─Sin embargo, a mi me parece que hay demasiados vampiros ─respondió él, tratando de aparentar un poco de ese valor del que carecía.
Ella sonrió, a continuación, levantó la cabeza para mirar directamente al sol. Eso lo desorientó, ¿Cuándo habían aprendido los chupasangres a broncearse?
─Estamos acabando con ellos ─dijo la desconocida. El sudor le bañaba la cara. Hablaba con aplomo, con un extraño siseo que silbaba entre sus dientes.
─¿Hay más cómo tú? ¿Quiénes son ellos?
─Los vampiros, tonto. No irás a decirme que no te has tropezado nunca con ninguno.
─Si me hubiera topado con uno de esos bichos, ya estaría muerto.
La mujer colocó la bota sobre una cucaracha que atravesaba la calzada y la aplastó, haciendo girar la pierna como si estuviera bailando un twist.
─El hecho de que estés vivo dice más sobre ti que todo lo que tú puedas contarme ─dijo la mujer, que de pronto estaba muy seria.
A Marcel el sonido de las chicharras le pareció que reblandecía el mundo. Todo se distorsionaba a su alrededor, adoptando un aspecto como de plastilina.
─Espero que diga cosas buenas ─se arriesgó a decir.
─Para mí, sí. Para ti, no tanto.


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Alberto de Prado
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Esta entrada tiene un comentario

  1. Ricardo Zamorano

    Muy bien escrito. Un mundo apocalíptico interesante y un final sutil, abierto, que hace desear una continuación.

    (5/5)

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